Dirección. Alex de la Iglesia/ Guión. Randy Feldman, adaptación española Alex de la Iglesia/ Fotografía en color. Kiko de la Rica/ Música. Joan Valent/ Edición. Pablo Blanco/ Dirección de arte. Arturo García y José Arrizabalaga/ Vestuario. Iván Marquerie/ Con. José Mota (Roberto Gómez), Salma Hayek (Luisa), Blanca Portillo (Mercedes, Directora del Museo), Juan Luis Galiardo (Alcalde), Fernando Tejero (Johnny), Antonio Garrido (Dr. Velasco), Antonio de la Torre (Kiko Segura), Carolina Bang (Pilar Álvarez)/ Duración. 94 mins.
SINOPSIS
Roberto Gómez es un publicista desempleado en vísperas de su aniversario de bodas, que varios años atrás fuera el principal creador responsable del famoso slogan de Coca-Cola: “La chispa de la vida” y Luisa, su entusiasta esposa de origen mexicano quien lo alienta y conforta. Desesperado por no encontrar trabajo, decide ir a su antigua agencia para solicitar al menos un empleo de medio tiempo o de free lance. Ahí, termina siendo humillado y rechazado. De regreso, decide visitar Cartagena, en Murcia, a buscar el viejo hotelito donde pasó su luna de miel. Al llegar ahí, se encuentra con que el hotel ya no existe y se ha erigido un museo de sitio sobre las ruinas de un antiguo teatro romano recién descubierto. Por accidente y en su afán de salir de ahí, sufrirá un absurdo accidente. Al no poder sostenerse de una antigua y colosal estatua que se balancea sujetada por una grúa periférica, caerá sobre las estructuras del museo en construcción y terminará con una varilla clavada en su cabeza. Incapacitado para desplazarse de ahí, ya que cualquier movimiento puede ser fatal, se creará un caos a su alrededor que aprovecharán los medios. El propio Roberto, hábil publicista al fin, tratará de sacar partido de la situación trastocada en noticia de impacto en toda España y su accidente se convertirá en melodrama televisivo. No obstante, su mujer, acompañada de sus hijos, hará todo lo posible por rescatar la vida y la dignidad de su marido y de su familia por encima del circo mediático que se levanta sobre ellos.
“Algunos creen en la dignidad. Que nadie se engañe: esto no es una comedia. Es un drama terrible sobre un hombre desesperado porque no encuentra trabajo y que cree que todavía es posible tener algún tipo de dignidad. Pero ya no es posible. De eso trata la película. Él tiene un accidente, se queda atrapado con un hierro en la cabeza, sobrevive y decide vender la exclusiva de su muerte. Quiere negociar con su propio dolor, algo que yo hago todos los días; mis películas son eso. Los únicos personajes positivos son los de Salma Hayek y Carolina Bang. Ellas creen todavía en la dignidad, en que es posible ser una persona respetable en este mundo. Yo ya no lo creo; mis personajes, sí”… -Alex de la Iglesia dixit-
De nueva cuenta, con La chispa de la vida, el director bilbaíno Álex de la Iglesia, continúa desarrollando su particular universo tragicómico al lado de una pareja un tanto insólita: el afamado comediante manchego José Mota y la exuberante actriz mexicana-libanesa Salma Hayek. Ambos recibieron sendas nominaciones al Goya a Mejor Actor Revelación y Mejor Actriz, por su trabajo. El primero fue vencido por Jan Cornet y Salma derrotada por la hermosa Elena Anaya, ambos ganadores por la película La piel que habito de Pedro Almodóvar.
«Somos peligrosos, somos guerrilleros, terroristas diletantes, tiembla mientras puedas, este no es un juego, es Acción Mutante». Con ese himno de batalla, un grupo de torpes anarquistas minusválidos intentaban combatir a los pijos y niños bonitos en un hipotético año 2012 en Madrid. Delirante y esperpéntica farsa negra muy en deuda con Buñuel, fue Acción mutante (1993) producida por Pedro Almodóvar, que mostraba la otra cara de un cine español alternativo y a su vez, confirmaba la posición de provocador por parte del joven realizador Álex de la Iglesia, nacido en Bilbao, en el País Vasco en 1965, cuyo primer cortometraje Mirindas asesinas (1990) sátira gore fantástica, lo había colocado ya como la vanguardia del nuevo cine ibérico.
El día de la bestia (1995) confirmaba las expectativas de un cineasta atípico con un relato centrado en la violencia madrileña impuesta por los skin heads de aquel momento, la influencia del mentalismo y las ciencias ocultas, el asunto del rock satánico, así como la subcultura del fanzine de horror gore. Ángel Berriartúa, un maduro y pequeñito cura y catedrático de teología en la Universidad de Deusto, ha pasado toda su vida descifrando el Apocalipsis de San Juan: descubre que el Anticristo nacerá en Madrid el día de Navidad de 1995. Dispuesto a terminar con Satanás, el sacerdote viaja a Madrid y entra en contacto con el obeso dependiente de un negocio especializado en heavy metal y un tal profesor Cavan, parasicólogo que conduce un amañado programa de TV, quienes le ayudarán a enfrentar al maligno.
De la Iglesia tomaría la estafeta abandonada por Almodóvar y más tarde por el genial Bigas Luna en la realización de Perdita Durango (1997) protagonizada por Rosie Pérez –aunque originalmente se contempló a Salma Hayek- y un estupendo Javier Bardem. Inspirada en la novela de Barry Gifford colaborador habitual de David Lynch (Salvaje de corazón, Por el lado oscuro del camino), la historia servía al cineasta para insistir en sus anómalos retratos de perversión y violencia, sexualidad y muerte, aderezados con un humor negrísimo y endemoniadas escenas de acción. En la historia de Perdita, insensible joven, cuyo mayor deseo es hacer el amor con un jaguar y Romeo Dolorosa, un delincuente salvaje que práctica la magia negra ligado a un santero vudú -el genial bluesero “Screaming” J. Hawkins de El tren del misterio-. Una pareja que enfrentaba un destino trágico en un road movie narcosatánico, a medio camino entre David Lynch y John Waters.
Con homenajes que iban de Tod Browning a la comedieta española televisiva de los años setenta, su cuarta película, Muertos de risa (1999) centrada en dos cómicos de esa década, con patillas y pantalones acampanados protagonizados por Santiago Segura y José Manuel Monzón El Gran Wyoming, fue un fracaso comercial, como sucedió con La comunidad (2001) con Carmen Maura: un thriller de corte fantástico con mucha sangre e ironía que pasaba revista a Hitchcock y a La guerra de las galaxias. 800 balas (2002), en cambio, era otra comedia de humor negro en la que De la Iglesia homenajeaba el spaguetti western a través de un extraño grupo de personajes, entre ellos, Carmen Maura, madre de un chiquillo fanático del cine, Sancho Gracia, el abuelo y extra de varios westerns y Eusebio Poncela, un ambicioso empresario. La cinta se ambientaba en Almería, lugar donde se rodaron varias de las películas del italiano Sergio Leone.
Crimen ferpecto (2004) era una farsa negrísima muy divertida, sobre un vendedor estrella de unos grandes almacenes al que le gusta la buena ropa y las mujeres hermosas, chantajeado por una joven horrible que lo convierte primero en su amante, su marido y su esclavo, hasta que aquel ejecutaba un plan para deshacerse por completo de aquella pesadilla. Los crímenes de Oxford (2008), por el contrario, era un sobrio relato de suspenso de producción estadunidense, sobre un joven universitario y un profesor que descubrían una serie de códigos matemáticos que los conducían a seguir los pasos de un asesino en serie. Seguida de la magistral y excesiva Balada triste de trompeta (2010), con la Alex de la Iglesia regresaba a su humor sádico y sarcástico y a sus estilizados relatos de hiperviolencia, ambientada en los últimos años del franquismo, en el aterrador y luminoso escenario de un circo. Dos payasos (Carlos Arces y Antonio de la Torre) se disputan la intimidad de la voluptuosa trapecista que encarna Carolina Bang, en ésta suerte de homenaje al cine freak de Tod Browning y Rafael Azcona. Un filme agresivo, descarnado y suicida, que se sumergeía entre galones de sangre y maquillaje, con una espléndida secuencia de créditos que valía por toda la película y una delirante escena con el cantante Raphael interpretando el tema homónimo.
Hacia 1951 en pleno apogeo del macartismo y en la etapa más oscura y desesperanzadora del llamado cine negro que prevalecía en Hollywood, el cineasta Billy Wilder dirigía una de sus mayores y más incomprendidas obras. Cadenas de roca protagonizada por un notable Kirk Douglas, era el oscuro retrato del reportero ambicioso de un pequeño pueblo que mantenía a un hombre atrapado en una mina derrumbada, con el fin de obtener la gran noticia para su beneficio personal. Wilder –El ocaso de una vida (1950) y Días sin huella (1945)- no sólo mostraba la decadencia emocional de su protagonista, sino la exploración de los medios como fuente de corrupción sensacionalista y de histeria de las masas. Casi 50 años después, el griego-francés Constantin Costa-Gavras actualizaba la trama básica de aquella, para adentrarse en la irresponsabilidad de los medios televisivos que alimentan a un público frívolo y consumista de la desgracia ajena con El cuarto poder (1997), en una historia ambientada en un pequeño pueblo de California. Ahí, en el interior de un pequeño museo y en un arranque de locura, un guardia (John Travolta), despedido de su trabajo dispara accidentalmente contra su compañero, un policía negro. De ello, es testigo el maduro y colmilludo reportero Dustin Hoffman, quien decide convertir aquello en su gran reportaje personal mientras el inestable Bailey toma como rehénes a su jefa, al propio Brackett y a un grupo de niños.
A medio camino entre el filme de Wilder, el amargo alegato social de Costa Gavras y la ácida visión del cineasta español Álex de la Iglesia, se localiza La chispa de la vida, filme de gran actualidad que reflexiona sobre la dura realidad económica en España, a partir de un tono mesurado, contenido y equilibrado, donde el cineasta lleva a consecuencias extremas la tragicomedia de un hombre común, angustiado por su situación y que termina accidentado y con una varilla clavada en la nuca, en las ruinas de un teatro romano en Murcia. Con un guión del artesano estadunidense Randy Feldman (Tango y Cash, Ganar o morir), adaptado al entorno español, De La Iglesia abandona sus excesivos y estilizados relatos de humor sádico y violento al estilo de: Perdita Durango, La comunidad o Balada triste de trompeta, para concebir una alegoría sobre la actual crisis económica de su país, la banalidad, voracidad y sensacionalismo de la televisión y el morbo de las masas, así como una pequeña épica sobre la dignidad.
Una serie de situaciones ominosas (un vagabundo que lo agrede, un limpia vidrios que lo baña, un portarretrato que se quiebra) se ciernen sobre el protagonista, otrora creador del celebérrimo slogan de la campaña de Coca Cola, “La chispa de la vida”. Sus conocidos y antiguos jefes, sujetos engreídos y superficiales, le dan la espalda a pesar de que prácticamente se encuentra en bancarrota. El azar y un impulso romántico lo colocan a un paso de la muerte balanceándose en el aire abrazado a una escultura milenaria que pende de una gigantesca grúa, lo que da pie al abuso de los medios, a la arrogancia y estupidez del poder (el alcalde, la directora del Museo) y a la fama efímera que crea la televisión.
Imposible negar la habilidad del cineasta para mantener el suspenso y el interés de la trama con espectacular eficacia y algunas pinceladas de humor negro o absurdo (la mujer que le ofrece desde una ventana un bocadillo), en un relato donde cabe la solidaridad y la integridad humana ante la estulticia y el abuso. La idea de utilizar el antiguo y famoso slogan de aquella exitosa campaña de Coca Cola sirve de paradójico detonante temático, ya que la vida del protagonista pende de un delgado hilo. El suceso congrega a una multitud de televisoras y curiosos que se agolpan para contemplar y narrar una posible muerte en directo. El desfile casi circense es constante: políticos oportunistas, museógrafos, intermediarios dispuestos a pagar una fortuna a la familia del accidentado, si ésta acepta vender la exclusiva del penoso espectáculo.
El cómico José Mota tiene momentos notables en esta tragicomedia que Alex de la Iglesia logra controlar sin que se desborde. No faltan algunos personajes exagerados como ese hijo adolescente que se autodefine como un «gótico siniestro». Innecesaria es también quizá el lucimiento final de Salma, o la reacción de la guapa reportera que encarna Carolina Bang. Sin embargo, el cineasta recrea elementos que definen muy bien a la irreflexiva y manipulada sociedad actual donde todo se encuentra a la venta, incluyendo la dignidad. La chispa de la vida resulta sin duda un entretenimiento inteligente, moderado y muy actual.
RAFAEL AVIÑA
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