Luna Papa, Austria-Alemania-Rusia-Suiza-Francia-Japón-Uzbekistán-Tajikistán, 1999

Luna Papa

Luna Papa

Dirección. Bakhtiyar Khudojnazarov/ Guión. Bakhtiyar Khudojnazarov e Irakli Kvirikadze/ Fotografía en color. Daniar Abdurakhmanov, Martin Gschlacht, Dusan Joksimovic, Rostislav Pirumov, Rali Raltschev/ Música. Daler Nazarov/ Edición. Evi Romen y Kirk von Heflin/ Dirección de arte. Negmat Jouraiev y Viktor Ushakov/Vestuario. Zebo Nasirova/ Con. Chulpan Khamatova (Mamlakat), Moritz Bleibtreu (Nasreddin), Ato Mukhamedshanov (Safar), Polina Rajkina (Khabidula –la voz del niño-), Merab Ninidze (Alik), Nikolay Fomenko (Yassir), Lola Mirzorakhimova (Zube), Dinmukhamet Akhimov (ginecólogo)/ Duración. 100 mins.

SINOPSIS

Enuna aldea próxima a Samarcanda vive la familia de los Bekmouradova, compuesta por la ingenua y explosiva Mamlakat, una muchacha de 17 años, Safar, su padre viudo y su hermano Nasreddin, que sufre un problema de memoria como consecuencia de la guerra de Afganistán: sólo recuerda 33 palabras y parece tener un retraso mental ya que se cree avión o automóvil. Ese desolado rincón de Asia Central entre Uzbekistán y Tajikistán está plagado de soldados enloquecidos, delincuentes de poca monta y actores de teatro que recorren los pueblos en una avioneta. Como la policía no tiene mucho control, la ley y el orden están representados por un grupo de ex-soldados que recorren la región a bordo de un tanque. Mamlakat sueña con ser actriz y pasa mucho tiempo merodeando por los teatros y escuchando a los actores. Cuando se anuncia una función de Otelo que se celebrará por la noche, Mamlakat se retrasa debido a que su padre, que vende conejos, tiene un percance con los militares y además, se ve en la necesidad de cambiar una rueda de su camioneta. Unos comerciantes en lancha, serán los que trasladen a Mamlakat hasta el teatro, sin embargo llega tarde y la función ha terminado. Esa noche, en la que brilla en los cielos una misteriosa luna llena, es seducida por un hombre que dice ser actor profesional y que desaparece inmediatamente después. Mamlakat no tarda en descubrir que ha quedado embarazada. Intenta abortar acudiendo al ginecólogo, pero éste muere de una manera absurda mientras intenta comprar un refresco. Cuando la joven confiesa su situación en casa, la familia clama venganza para limpiar tal deshonra. A partir de entonces el padre y el hermano, inician la búsqueda del enigmático forastero que ha embarazado a la hija, recorriendo teatro por teatro. En ese trayecto, se topan con un joven médico que trafica con sangre, con una bruja, una vaca que cae del cielo y el rechazo del pueblo entero. Sin embargo, en el cada vez más abultado vientre de Mamlakat, Khabibula el niño por nacer, compartirá con su futura madre, su abuelo y su tío las tribulaciones de tan peculiar viaje. Un insólito itinerario tragicómico, triste y esperpéntico al mismo tiempo.

 

Luna Papa fue nominada al Oscar como mejor Película Extranjera en el año 2000. Obtuvo el Premio Fipresci y una Mención Especial para su Director: Bakhtiyar Khudojnazarov, en el Festival de Cine de Bruselas, Bélgica. Asimismo, ganó el Premio del Público en el Festival de Cine de los Tres Continentes de Nantes en Francia y el Premio a la Mejor Contribución Artística en el Festival de Tokio, Japón.

 

 

Pocas veces una película tiene tantos elementos de interés desde su producción multinacional, como su impresionante trabajo fotográfico, de dirección de arte y musical. A lo que se suma su exótica ubicación geográfica en un pueblo perdido en la provincia de Tajikistán donde el equipo de producción levantó una aldea completa, incluyendo los canales, las calles y la playa y en la que además, el rodaje se veía constantemente interrumpido  debido a las extremas condiciones climatológicas de ese lugar de Asia Central, obligándolos a emplazar por varios meses la filmación. Luna Papa es una de esas rarezas donde todo resulta importante y trascendental: desde la ambientación del lugar, al diseño de personajes, incluyendo al nonato Khabidula. A ello se suma, la impresionante coordinación de extras, de animales y de vehículos que coinciden al mismo tiempo en varias escenas: caballos que cruzan el encuadre, una avioneta en pleno despegue que pasa rozando a motocicletas y otros vehículos. Y al mismo tiempo el vestuario cotidiano y el de los actores de las obras de teatro y las bailarinas. Y sobre todo: los números musicales y la propia instrumentación, inspirada en la música tradicional persa de esa región llamada maqam, así como los instrumentos populares del lugar.

 

En Luna Papa no hay personaje secundario fuera de lugar. Todos tienen su razón de ser: el ginecólogo que fallece en una escena aparentemente sin sentido al encontrarse en medio de una balacera entre dos facciones, o la vendedora de refrescos que viendo a su cliente en los últimos estertores de vida, aún le pregunta por el sabor de su bebida. Lo mismo sucede con ese exitoso actor de teatro que parece obsesionado con el sexo, la amante madura a la que visita unos minutos para hacerle el amor en ausencia del marido, el líder de los mercenarios que viajan en un tanque, o el propio piloto de la avioneta que conduce el hábil Mikhail Avdeyev, o los violentos jugadores de cartas que arrojan desde un tren en marcha al médico de una apócrifa Cruz Roja que es salvado de morir por la atractiva y atrabancada Mamlakat, quien a su vez es rescatada del suicidio por el mismo Doctor, quien decide casarse con ella y convertirse en el padre del hijo que espera: un niño concebido de una manera casi fantástica a lo largo de una pendiente de tierra y hierba donde el actor forastero le hace el amor y la embaraza esa misma noche de luna llena.

 

La película abre con una pequeña dedicatoria: “A nuestras madres”. La cámara avanza desde los cielos siguiendo las llanuras, las aldeas y el Mar Caspio de esa zona de Tajikistán o Tayikistán de donde es oriundo el realizador tayiko Bakhtyar Khudojnazarov y que aquí aparece como el ficticio pueblo de Far-Khor, una suerte de aldea en construcción permanente. Esa cámara, de hecho, se convierte en uno de los personajes centrales: Khabidula, el niño por nacer que parece llegar del cielo para presentarnos a la incauta, idealista y entusiasta jovencita Mamlakat que se convertirá en su madre. Si El ocaso de una vida/Sunset Boulevard(Billy Wilder, 1950) está narrada por un muerto y tanto las historias de Atrapado por su pasado/ Carlito’s Way (Brian De Palma, 1993) como Drugstore Cowboys (Gus Van Sant, 1989) son relatadas por hombres a punto de fallecer, en Luna Papa, el cineasta soviético propone contar la trama de su historia por la voz de un narrador omnipresente que aún no nace pero que se comunica con el espectador desde el vientre de su madre, incluso antes de ser concebido. Lo curioso, es que además de ese nonato, de su madre, la estupenda actriz Chulpan Khamatova, posteriormente, la enfermera y novia del protagonista Daniel Brühl en Adiós Lenin (Wolfgang Becker, 2003) y protagonista de la delirante fábula Tuvalu (Veit Helmer, 1999). Del estupendo Ato Mukhamedshanov en su última cinta como el explosivo, violento y al mismo tiempo, tierno padre (véase la escena del vestido que le compra a su hija, o el momento en que abraza a sus dos vástagos) y del espléndido actor alemán Moritz Bleibtreu, co protagonista de Corre, Lola corre (Tom Tykwer, 1998) y estrella de la fascinante cinta El experimento (Oliver Hirschbiegel, 2001), el hermano con aparente retraso, obsesionado con volar y que recorre las polvorientas calles sin pavimentar de la aldea arrojando bombas como si fuera un avión bombardero o cruzando las calles como si de un automóvil humano se tratase, sin duda, el otro gran protagonista de Luna Papa es la impresionante y rítmica banda sonora que parece llenar todos los espacios y al mismo tiempo ser omnipresente, compuesta por el talentoso músico pop-folk, cantante y actor, originario también de Tajikistán, Daler Nazarov, quien se vale prácticamente de la guitarra y la cítara para crear brillantes y cadenciosas armonías que consiguen hacer aún más agradable este extraño y fascinante relato tan mágico y exotista como realista.

 

Se trata sin duda de la mejor película de Bakhtiyar Khudojnazarov (1965) nacido en Dushanbe, Tajikistán, quien se inició desde muy joven como reportero televisivo y de la radio en Moscú. A la edad de 20 años, asistió en la dirección a Konstantin Arazaliev en una serie de televisión sobre Asia Central, para ingresar a mediados de los años ochenta a la Escuela de Cine de Alk en Moscú. Luego de algunos cortos, debutó en 1991 con: Bratan, premiada en Turín y Ojo por ojo/ Kosh ba kosh, donde se llevó el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia en 1993. Luego de Luna Papa en 1999, dirigió en 2003, otra estupenda cinta: El traje, centrada en tres jóvenes de 18 años, habitantes de una aldea rusa junto al Mar Negro, quienes buscan huir de las pobres perspectivas y la realidad cotidiana y ese escape llega cuando descubren en una gran ciudad costera, el aparador de una tienda donde exhiben un elegante traje. A ésta le seguiría Tanker “Tango” (2006) y Esperando por el mar (2012), sobre un marinero que vaga por el desierto con una barcaza con la que ha naufragado.

Su filme Luna Papa, recuerda los recorridos mágico-poético-folclórico-realistas del yugoslavo Emir Kusturica (Tiempo de gitanos, Underground, Gato negro, gato blanco) y su herencia gitana. Soldados que pelean en una guerra absurda, una compañía shakespereana que recorre la región en avión, enfermeros que trafican con sangre y más, en medio del viaje de una adolescente embarazada, ambientada en Tajikistán, una de las muchas naciones independientes de la ex República Soviética. Ello, en un tono de farsa permanente en ocasiones violenta, con algunos momentos tragicómicos, como reflejo del caos y desorden interno de Rusia años después de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. El deterioro social como metáfora de un relato con toques surrealistas y de realismo mágico que la conecta con aquella espléndida cinta armenia-rusa-francesa de Hiner Saleem: Vodka Limón (2003), ambientada en una aldea kurda del Cáucaso. Aquí como en Luna Papa, se aplica una máxima del realizador kurdo Hiner Saleem: “Nuestro pasado es triste, nuestro presente es catastrófico, pero afortunadamente no tenemos porvenir”.

Se trata de un enigmático, enternecedor, divertido e inesperado relato de humor extraño y surrealista (el toro que cae del cielo y mata a dos de los personajes principales), que ofrece además unos increíbles paisajes de Tajikistán y un viaje por su cultura islámica, que incluye el rechazo de la sociedad conservadora del pueblo hacia la protagonista, instalado más en la ley musulmana que en la fallida modernidad ex-comunista. Una nación sin rumbo con ausencia total de autoridad, donde reina el dinero cada vez más escaso y las tradiciones se niegan a fallecer, y en la que predomina el humor, la violencia o el ingenio para estafar (por ejemplo: la falsa ambulancia que paga cinco dólares por transfusión de sangre pero que «se pagan por correo»). Y es que no hay duda, que a partir de la caída de las Repúblicas ex-Soviéticas las naciones que las componían se sumergieron en todo tipo de situaciones delirantes al derrumbarse sus sistemas ideológicos avanzando hacia el caos y el capitalismo salvaje. Luna Papa es un fascinante y vigoroso relato sobre el amor de los padres por los hijos, acerca de la libertad y los sueños, que se mueve entre la triste realidad y la fantasía más bella y escapista como lo muestra ese arrebatado y hermoso final con ese techo impulsado por ventiladores donde la inocencia de la joven Mamlakat y de su hijo por nacer, triunfan sobre la locura, la violencia y el Mal.

RAFAEL AVIÑA

Noviembre 2012

LA DAMA DE HONOR (Francia-Alemania, 2004)

La dama de honorDirección. Claude Chabrol/ Guión. Claude Chabrol y Pierre Leccia, inspirado en la novela de Ruth Rendell, The Bridesmaid/ Fotografía en color. Eduardo Serra/ Música. Matthieu Chabrol/ Edición. Monique Fardoulis/ Dirección de arte. Francis Benoit-Fresco/ Vestuario. Mic Cheminal y Sandrine Bernard/ Con. Benoit Magimel (Philippe Tardieu), Laura Smet (StephanieSenta” Bellange), Aurore Clément (Christine), Bernard Le Coq (Gérard Courtois), Solene Bouton (Sophie), Anna Mihalcea (Patricia), Eric Seigne (Jacques)/ Duración. 110 mins.

SINOPSIS

La historia se ambienta en un suburbio ubicado en el País del Loira en las afueras de Nantes. Philippe joven atractivo de 25 años, huérfano de padre, quien trabaja como mano derecha de un contratista inmobiliario, vive con Christine, su madre y sus hermanas: Sophie, joven tranquila y prudente quien está a punto de casarse con Jacques, y Patricia, adolescente más bien rebelde con tendencias a la vagancia. La madre, quien obtiene dinero peinando, aplicando tintes, o cortando el cabello a las vecinas en la cocina de la casa familiar, sale con Gérard, un hombre divorciado de su edad y posible sustituto de su marido, al que olvida muy pronto. Philippe, quien tiene que lidiar con amas de casa ya mayores que solicitan ampliaciones o reparaciones en sus hogares, conoce en la boda de Sophie a Stephanie también llamada Senta, una joven seductora y atrayente que funge como dama de honor y es prima del novio de su hermana. Senta no parece atraída por Philippe, sin embargo, cuando éste se marcha a su casa, la joven lo sigue y en minutos su encuentro se transforma en una apasionada relación, obsesiva y desenfrenadamente sexual. Para él, significa la entrada a un universo oscuro, sensual, e impulsivo que poco a poco empieza a adquirir un carácter anómalo y trágico. Senta habita en un enorme caserón en el área del sótano y su madre adoptiva, que constantemente sale fuera para participar en concursos de tango, vive aislada en el piso de arriba. Senta es callada e impulsiva y está convencida que Philippe es sólo para ella y ella sólo para él. Le revela extrañas confidencias que parecen ser mentiras. Le dice que nació en Islandia y que su madre murió en el parto, que es actriz y modelo que ha trabajado al lado de John Malcovich y Woody Allen, por ejemplo y que, como prueba de amor, cada uno tiene que matar a alguien ¿Todo es verdad o simple invención de su mente fantasiosa? Sin embargo, cuando más ilusionado y extasiado se encuentra Philippe, descubre que la realidad puede ser más brutal que cualquier imaginación desbordada y fuera de control.

La dama de honor, compitió en el Festival de Venecia, en la sección Zabaltegui de San Sebastián y en el Festival de Gante donde el cineasta francés Claude Chabrol obtuvo una nominación a la Mejor Dirección. Y es que, una vez más, ese gran maestro de las relaciones obsesivas y el suspenso, hurga bajo la superficie de la pequeña burguesía francesa, con todas sus mezquindades, temores y secretos, en otro de sus sobrios e intensos relatos policiacos de patologías enfermizas y personajes manipuladores. La dama de honor, al igual que otra de sus obras mayores, La ceremonia (1995) con Isabelle Huppert y Sandrine Bonnaire, que narra la relación que se establece entre dos mujeres: una sirvienta y una empleada de correos, se inspira en una novela de la prolífica escritora inglesa Ruth Rendell (1930), quien en 1996 obtuvo el título de Dama del Imperio Británico. Ganadora de múltiples premios literarios y autora de decenas de novelas de serie negra y relatos de suspenso policiaco, algunos escritas bajo el seudónimo de Barbara Vine, publicó su primera novela en 1967, en la que aparece ya uno de sus personajes más populares: el Inspector Wexford, protagonista de 20 títulos. Varias de sus obras, que han sido comparadas con el trabajo de Agatha Christie, utilizan referencias directas o veladas de clásicos de la literatura universal. Su éxito ha trascendido de tal forma, que algunas de sus novelas han sido adaptadas a la pantalla por personalidades de la talla de Chabrol, Pedro Almodóvar quien filmó Carne trémula (1996) a partir de su novela Live Flesh de 1986, historia de pasiones sexuales inspirada por cierto en Crimen y castigo de Dostoyevski.

Lo mismo sucede con Betty Fisher y otras historias (2001) inspirada en otra historia de Ruth Rendell. En ella, bajo el aparente barniz de un thriller sicológico, el gran realizador Claude Miller, construye un emotivo retrato oscuro y luminoso al mismo tiempo, sobre la ambivalencia del amor materno y la falta de sensibilidad que reúne a tres personajes femeninos: una talentosa escritora que pierde a su pequeño hijo, su insensible madre que trata de guiar su vida y le consigue un niño sustituto y una guapa mesera de bar con un hijo al que rechaza, en una historia anómala y conmovedora por partes iguales. En La dama de honor, de nueva cuenta, un personaje femenino detona las patologías enfermizas a su alrededor, sin embargo, Chabrol y su co guionista Pierre Leccia han contado con un magnífico y carismático actor, Benoit Magimel, quien construye un personaje vulnerable e intuitivo que poco a poco se va enredando en una espiral de demencia y amor loco y obsesivo. Encarna de alguna manera al hombre ingenuo e inocente típico del amo del suspenso, Alfred Hitchcock envuelto en una intriga tan extraña como fascinante y peligrosa al conectarse con una mujer fatal incapaz de controlar sus emociones y sus pensamientos.

A ello, habrá que sumar que en buena medida, el filme resulta intrigante por la enigmática presencia de la joven Laura Smet (Los cuerpos impacientes, Pauline y Francois), hija nada menos que de la espléndida actriz francesa Nathalie Baye (El cuarto verde, La provincial, La flor del mal, una relación pornográfica) y del rockero y actor francés Johnny Hallyday (Detective, El hombre en el tren, Los ríos de color púrpura 2). Lo interesante de La dama de honor, es que consigue mantenerse al margen sin posiciones moralistas frente a la exacerbada pasión amorosa que presenta. Es decir, coloca al espectador de tal manera que uno puede entender e incluso vivir la peculiar manera de entender el amor, ya sea desde el punto de vista de Senta: “Estamos hechos el uno para el otro. ¿No te has dado cuenta que somos especiales?” o del propio Philippe, quien se deja arrastrar por ese remolino de emociones sin saber los límites que conlleva y lo rápido que se aproxima al abismo.

Luego de aquellos fascinantes retratos de la perversidad observados en Gracias por el chocolate, Una dama para dos y La flor del mal,  Chabrol se concentra en una pareja de amantes malditos muy en deuda con los clásicos del cine negro estadunidense de los años 40 y 50, que encuentran en el sexo, la muerte y las fantasías sobre ésta, una extensión del orgasmo y la culminación romántica. De ahí, las palabras que Senta dice a su amante: “La única manera de encontrar el mayor placer en la vida es plantando un árbol, escribiendo un poema, hacer el amor con alguien de tu mismo sexo y asesinando a alguien”. Es decir: rebasar todo límite y trasgresión. “Estamos por encima de la ley y de la moral”, comenta la joven Senta, quien sin tratarse particularmente una belleza, resulta una mujer muy sensual y atrayente, en un filme que desde un inicio nos anuncia lo que vendrá.

Sabemos por ejemplo, que aquel incidente justo al arranque y que se observa en un noticiero televisivo: la desaparición de una jovencita, o el huraño novio de la mamá de Philippe, e incluso la muerte de un vagabundo de la que se habla en un periódico, tendrán relación con los protagonistas. En ese sentido y pese a que las situaciones toman derroteros que parecen poco creíbles o excesivas, están planteadas para alimentar nuestras expectativas, sin ofrecernos pistas falsas o personajes sacados de la manga. Incluso, los personajes secundarios y periféricos (las hermanas, el vagabundo, los policías, las clientas y tenderas), están ahí al igual que ese singular busto de una joven que, curiosamente guarda mucho parecido con Senta –regalo del fallecido padre de Philippe  a su esposa y que pasa del jardín de la casa familiar al de Gerard y de ahí, al armario de Philippe y después a la recámara de su amante-, para alimentar más el fuego interior que la trama elabora, el mismo que quema y devora a esos amantes ávidos de intimidad que buscan trastocar sus cuerpos y pensamientos en uno solo.

Tanto Megimel como Smet, van de menos a más. Ambos personajes van creciendo en intensidad, como se expande su propia y extraña relación. Philippe perteneciente a una familia pequeño burguesa de provincia venida a menos, quien viene a ocupar el lugar del padre, hace recordar en mucho a su papel para La pianista (Michael Haneke, 2001). Un joven serio, responsable, con un buen trabajo que va en ascenso, pero que desea huir de un ambiente familiar más bien sofocante: una madre sobreprotectora, una hermana que coquetea con la delincuencia. Y a su vez, con algunas obsesiones e inseguridades, representadas por ejemplo, en ese fetichismo por el busto de piedra que su madre desecha y el recupera. Duerme incluso con el busto y besa sus labios de granito, como si fuera su amante: algo así como una suerte de mcguffin hitchcokiano y es que de alguna forma, la sombra de el Hitchcock más perverso, realista y contemporáneo, permea en ésta película.

Senta por su parte, la espléndida Laura Smet está muy próxima a las perversas heroínas de Hitchcock, pero sobre todo a las de Claude Chabrol –en particular en las citadas: Gracias por el chocolate, La flor del mal, Una dama para dos-. Una joven desconcertante, que sugiere toda clase de horrores, fantasías y delicias con una mirada, un beso, o, a través de su cuerpo desnudo. Es a través de esa pasión que los devora, como se sumerge Philippe en un universo tortuoso y delirante –basta con ver los espacios que cada uno habita: el luminoso y tradicional de él y el oscuro, inquietante y misterioso de ella, entre paredes descarapeladas, humedad, muebles cubiertos de sábanas, espejos y pancartas para dejar recados-. Un mundo que adquiere una forma brutal en los últimos 15 minutos de la película.

La dama de honor es un filme sobre las apariencias, las etiquetas sociales que acaban por asfixiar, la soledad y sobre la obsesión del amor y sus consecuencias. Una historia que responde de manera exacta a los planteamientos argumentales y estilísticos de ese enorme cineasta que es Claude Chabrol, retratista de la hipocresía social y las miserias del alma humana, ocultas y agazapadas que esperan salir en el momento preciso.

RAFAEL AVIÑA

Le Havre: El puerto de la esperanza (Le Havre, Finlandia-Francia-Alemania-Noruega, 2011)

Le HavreDirección y Guión. Aki Kaurismaki/ Fotografía en color. Timo Salminen/ Música. Tango Cuesta abajo interpretado por Carlos Gardel/ Edición. Timo Linnasalo/ Diseño de arte. Wouter Zoon, Pascal Courtinel, Gerard Simonet/ Vestuario. Frédéric Cambier/ Con. André Wilms (Marcel Marx), Kati Outinen (Arletty), Jean-Pierre Darrousin (Inspector Monet), Blondin Miguel (Idrissa), Elina Salo (Claire), Evelyne Didi (Yvette), Jean-Pierre Léaud (el denunciante)/ Duración. 93 mins.

Sinopsis

Marcel Marx, antiguo escritor y bohemio empedernido que suele andar sin un centavo en la bolsa, se ha exiliado de forma voluntaria en la ciudad portuaria de Le Havre. Ahí, ha escogido un trabajo honrado pero poco lucrativo: el de limpiabotas o bolero, que le hace sentirse más cercano a las personas, al estar a su servicio. De hecho, ha decidido dejar atrás sus ambiciones literarias para llevar una vida tranquila y satisfactoria en tres espacios que dividen su tiempo: el bar de la esquina, su nuevo oficio que lo lleva a vagar sin rumbo fijo por todo el puerto y la relación con su compasiva mujer Arletty. Sin embargo, su vida da un giro drástico cuando de repente el destino coloca en medio de su camino a Idrissa, un niño inmigrante originario del África negra. Al mismo tiempo, su esposa cae enferma de gravedad y debe guardar reposo en un hospital. Marcel, se ve obligado entonces, a enfrentar la fría barrera de la indiferencia humana, el padecimiento de su mujer y su muy precaria y volátil situación económica, armado tan solo con su habitual optimismo y la obstinada solidaridad de los habitantes de su barrio. Es así como decide desafiar a la intolerante maquinaria de un Estado de derecho occidental, representado por el cerco policial que se estrecha sobre el adolescente refugiado, a quien ha escondido en su pequeño departamento. Es la hora de que Marcel tome una decisión extrema.

Luego de seis años de inactividad, Aki Kaurismaki, consigue con Le Havre: el puerto de la esperanza, trasladar su corrosivo humor finlandés a Francia, con este filme con el que inicia una nueva trilogía sobre ciudades portuarias europeas. La película compitió por la Palma de Oro en Cannes donde obtuvo el Premio Fipresci. Asimismo, estuvo nominada a Mejor Película, Director y Diseño de Arte en los premios César que otorga la cinematografía francesa y fue a su vez, la selección de Finlandia para competir por el Óscar de Hollywood a la Mejor Cinta Extranjera.

“La idea me vino hace unos años, pero no sabía dónde rodar la película. En realidad, la historia podría transcurrir en cualquier país de Europa, excepto en el Vaticano, o quizá allí más que en ningún otro sitio. Por lógica, habría debido rodar en Grecia, Italia o España porque son los tres países donde la presión es mayor. Recorrí toda la costa desde Génova a Holanda, y descubrí lo que quería en la ciudad del blues, el soul y el rock’n’roll, en El Havre… La fraternidad se encuentra en cualquier parte, incluso en Francia” –Aki Kaurismaki

Cartero, clavadista, crítico y actor de cine, Aki Kaurismaki (Finlandia, 1957), co escribió y actuó en el mediometraje de su hermano Mika, El mentiroso en 1981 y codirigió con éste ese mismo año, el documental La gesta de Saimaa, para debutar dos años después como realizador en el cine de ficción, con Crimen y castigo y convertirse a partir de ese instante, en un cineasta de culto en Festivales Internacionales donde, cada año se espera otro de sus austeros y minimalistas relatos que se mueven entre la comedia del absurdo y el drama con tintes negros, protagonizados por seres marginales y solitarios que intentan controlar un destino adverso a partir de finales optimistas en apariencia, tal y como sucede con su trilogía sobre perdedores en urbes frías y hostiles que incluye a: Nubes pasajeras (1997), El hombre sin pasado (2002) y Luces al atardecer (2006).

En efecto, el caso del finlandés Aki Kaurismaki resulta luminoso y revelador. Sus personajes patéticos y solitarios deambulan en paisajes similares, sometidos a relaciones de trabajo degradantes y aburridas, como la jovencita fea y fanática de las novelas rosa en La muchacha de la fábrica de cerillos (1990), el chofer de un camión de basura y la cajera de supermercado recién despedida en Sombras en el paraíso (1986), la lastimosa banda de polka-rock con sus copetes y botas puntiagudas en Los vaqueros de Leningrado en América (1989), la pareja de amantes malditos involuntarios de Ariel (1988), la humilde camarera del kiosco de comida callejera y el guardia de seguridad, protagonistas de Luces al atardecer, o el escritor y filósofo que ha decidido dedicarse a lustrar los zapatos de los otros, menos los suyos, en Le Havre: el puerto de la esperanza.

Toda esa búsqueda actual de poesía visual en relatos minimalistas hoy tan de moda en el cine mundial y a cuyos autores, la crítica ha convertido a varios de ellos en genios incomprendidos (el caso de: Béla Tarr, Brillante Mendoza, Apichatpong Weerasethakul y más), ha sido la propuesta constante del responsable de títulos como: Contraté a un asesino a sueldo o La vida bohemia. Lo más sorprendente, es que sus historias, están realizadas con una sencillez abrumadora y por si ello fuera poco, resultan además, emocionantes y universales en un punto donde alcanzan un magistral equilibrio, el humor y la tragedia.

Le Havre: el puerto de la esperanza, sintetiza el microcosmos de Kaurismaki. De hecho, su protagonista Marcel Marx  (André Wilms), es uno de los tres intérpretes centrales de La vida bohemia (1991), en la que también aparecía en un cameo, el legendario actor de Truffaut, Jean-Pierre Léaud. El otrora escritor vagabundo de los bajos fondos parisinos se ha autoexiliado en la ciudad portuaria de Le Havre en Normandía, para abrazar una actividad poco redituable que lo coloca en la realidad cotidiana: limpiabotas.

Los personajes de Kaurismaki resultan de una dignidad abismal y su vez, enternecedores y solidarios. Seres marginales y desfavorecidos por el sistema con el don de la generosidad y el optimismo, mirando siempre hacia adelante a pesar de lo que sea, incluso, si se trata de proteger a un adolescente africano inmigrante, que desea cruzar el Canal de La Mancha para encontrarse con su madre en Londres. En un universo gélido y hostil, Marcel encuentra refugio en ese otro mundo donde no existe la globalización, ni hay pantallas de plasma, internet o celulares, mismo que pareciera entresacado de un escenario cinematográfico de los años cincuenta o sesenta, con sus paredes y puertas color fiusha. Un universo obsoleto en apariencia, donde un perro se llama Laika, y en cuyos barecitos, se escucha la voz de Carlos Gardel cantar Cuesta abajo, un tema musical que funciona sin duda como la posible ruta emocional del protagonista.

Ahí, en esos coloridos callejones con tiendas de barrio donde nadie compra. Entre viejos rocanroleros enamorados (“ella es la manager de mi alma”) a un paso de la jubilación, e inspectores de policía duros en apariencia (Jean-Pierre Darrousin), entresacados de una película del primer Jean-Luc Godard, inmigrantes vietnamitas que pasan como chinos y capaces de soltar frases como: “El mar Mediterráneo tiene más actas de nacimiento que peces”, enfermos de cáncer que fuman en los hospitales y alegres mujeres de la tercera edad, Marcel encuentra el apoyo solidario y moral para sortear la enfermedad de Arletty (Kati Outinen), su esposa desahuciada y a su vez, para ayudar a Idrissa (Blondin Miguel) el niño negro.

Alejado de todo tipo de sermoneos morales o edificantes, se trata quizá del cuento de hadas moderno más hermoso sobre el problema de la inmigración en Europa hasta el momento (40 metros cuadrados de Alemania, Paisaje en la niebla, Bajarse al moro, entre muchísimas otras). Un relato que rastrea en lo más recóndito de lo poco que queda de humanidad en el mundo, para encontrar la clave que pueda arreglar los problemas sociales. Y es que, una vez más,

Kaurismaki dota a sus personajes de corazón y realismo. Max, Arletty, Idrissa, Claire, el tendero de la esquina, el propio Monet, nos resultan extrañamente familiares y cercanos. Nos contagian de sus crisis, tristezas, alegrías y pequeños triunfos. Nos hacen creer que si queremos podemos convertirnos en mejores personas. Le Havre: el puerto de la esperanza, es otra de sus pequeñas y emotivas obras maestras. Una gran fábula sobre las fronteras y la magnanimidad de espíritu.

RAFAEL AVIÑA

OBSERVADOR OCULTO (Caché, Francia-Austria-Alemania-Italia, 2005)

Dirección y Guión. Michael Haneke/ Fotografía en color. Christian Berger/ Edición. Michael Hudecek y Nadine Muse/ Diseño de producción. Emmanuel De Chauvigny y Christoph Kanter/ Con. Daniel Auteuil (Georges), Juliette Binoche (Anne), Maurice Bénichou (Majid), Annie Girardot (Madre de Georges), Lester Makedonsky (Pierrot), Bernard Le Coq (Editor), Walid Afkir (Hijo de Majid), Daniel Duval (Pierre), Nathalie Richard (Mathilde), Denis Podalydès (Yvon), Aissa Maiga (Chantal)/ Duración. 112 mins.

Sinopsis

Georges Laurent, exitoso periodista cultural, burgués y acomodado, que conduce un programa de crítica literaria por televisión, vive a las afueras de París, con su esposa Anne, editora y traductora y Pierrot, un hijo adolescente que estudia la secundaria y toma clases de natación. Su tranquilidad y vida apacible se interrumpen drásticamente, cuando Georges comienza a recibir una serie de extraños vídeos de más de dos horas de duración, filmados clandestinamente afuera de su casa, acompañados a su vez, de inquietantes dibujos de tono infantil con elementos de sangre y violencia. De la indiferencia y la sorpresa, el matrimonio pasa a la angustia y la paranoia, ya que el contenido de los videos y el tono de las ilustraciones se vuelven cada vez más personales y agresivos, e incluso, éstos empiezan a llegar también a su centro de trabajo y a la escuela del hijo. La policía no puede hacer nada hasta que no haya un hecho delictivo que perseguir. ¿Se trata de una broma o de una venganza? Es entonces que Georges recuerda algunos hechos vergonzosos de su infancia que permanecían dormidos y encuentra un posible sospechoso. Al mismo tiempo, su hijo Pierrot desaparece por varias horas y ello lleva la situación a un extremo de demencia y angustia, ya que está convencido que tanto él, como su familia se encuentran amenazados. Traiciones y miedos ocultos se dirimen a plena luz y una mala conciencia del pasado lleva la situación a un punto trágico.

El filme Observador oculto estuvo nominado a la Palma de Oro en Cannes y obtuvo el Premio a la Mejor Dirección y el de la Fipresci en dicho festival. Asimismo, se llevó los cinco principales galardones del Cine Europeo: Película, Director, Actor, Edición y Premio de la Crítica.

Afirma Haneke, radiólogo exquisito de la podredumbre humana, que su intención a través de su discurso cinematográfico, es el de ampliar ese problemático margen para el espectador en el que resulta tan importa aquello que se narra y se ve en pantalla, como lo que no se cuenta y se aprecia a cuadro. Elementos que se han trastocado en el estilo del creador de obras como: 71 fragmentos al azar (1994), Funny Games/ Juegos divertidos (1997) o La cinta blanca (2009), que exigen una respuesta activa del espectador. El suspenso y el misterio se crean a partir de la falta de información, de tal forma que al mirar un filme de Haneke, difícilmente se puede asumir un rol pasivo. En su cine no hay situaciones masticadas y menos aú n, manuales de instrucciones.

“Todos mantenemos secretos que no queremos compartir” -Michael Haneke

El ayer es un bumerang. Fiel a sus obsesiones, el cineasta austriaco presenta un perturbador y desconcertante drama sobre la culpa y el pasado envuelto bajo la capa de un thriller de suspenso sicológico y moral que narra el descenso a los infiernos de una familia en apariencia común y corriente, a partir de una película que se conecta de inmediato con su anterior y desasosegante cinta, El tiempo del lobo (2003), una cruda fábula apocalíptica sobre una familia sin problemas económicos, inmersa en una inexplicable escalada de violencia. Aquí, los protagonistas sufren un paulatino acoso sicológico que invade su privacidad. En ese sentido, el filme requiere espectadores atentos, forzados a entender los sucesos a través de pistas en apariencia triviales que conducen a un final anticlimático que genera más dudas y desconcierto.

Si El video de Benny (1992) era una de las obras más insólitas y crudas sobre la psicopatía y la cultura de la brutalidad, no fue sino hasta la aparición de Funny games/Juegos divertidos (1997) que Haneke consiguió llamar la atención con esa obra anómala, cuya constante obsesión era justamente la crítica de la violencia en urbes utilitaristas y “confortables” en apariencia. Más allá de especular con la violencia como fenómeno-espectáculo, Haneke intenta distanciarse de manera radical consiguiendo relatos de un realismo en verdad aterrador rodeados de un entorno sociópata: una sociedad protegida por una cultura del hedonismo y el consumo.

Si Juegos divertidos arrancaba en una apacible zona residencial a las orillas de un bellísimo lago donde habitan familias acomodadas aisladas del mundo, en La pianista (2001), por ejemplo, el escenario es la capital europea de la alta cultura como es Viena, sus salones de concierto y en paralelo, sus pequeños locales de sexo donde se consume pornografía dura y se alimenta las fantasías con objetos de sadomasoquismo para mentes exigentes y/o enfermas como Erika Kohut (Isabelle Huppert extraordinaria), una exigente y severa profesora de piano, cuya pasión por el piano y erudita frialdad sintetizan esa dualidad que le llevan a extraer su lado más oscuro y vulnerable al mismo tiempo.

Sin duda, el cine de este singular cineasta provoca escozor y una sensación de malestar, lo curioso es que sus imágenes frías, distantes en ocasiones y en otras intrigantemente cercanas, no se adhieren a conceptos de visceralidad, sino a planteamientos teórico-cerebrales y se vale para ello de un alejamiento casi brechtiano incluso fársico-sádico, con el que consigue en ocasiones un terrible tono de humor negro. Aquí se retrata de nuevo el tema del horror invisible y el frágil desequilibrio que provoca la inseguridad y la culpa. La amenaza que se oculta en las sombras y en las que cualquiera puede convertirse en un sospechoso, en este caso de la destrucción moral y mental del protagonista encarnado por ese estupendo actor que es Daniel Auteuil (La reina Margot, Un corazón en invierno, Sade) y la no menos notable Juliette Binoche (Tres colores. Azul, El paciente inglés, Copia fiel).

Los primeros minutos de Observador oculto, remiten de inmediato a aquellos fascinantes juegos de suspenso visual con elementos que incluyen videos e imágenes grabadas al estilo de los eficaces divertimentos del estadunidense Brian De Palma considerado el heredero de Hitchcock (Greetings, Home movies, Estallido, Doble de cuerpo), e incluso, a algunas de las inquietantes escenas de Carretera perdida (1996) de David Lynch –la pareja videograbada mientras duerme, en el interior de su domicilio, por ejemplo-. Sin embargo, conforme avanza la historia nos damos cuenta que se trata de un juego sádico y desconcertante que involucra al espectador de una manera más profunda y agresiva, al tiempo que retrata las miserias sociales y los lados oscuros y ocultos del individuo, o la violencia latente y contenida del ser humano. Ejemplo de ello, el absurdo enfrentamiento con el joven negro que circula en sentido contrario en su bicicleta, o la manera en que Georges increpa a Majid convertido en un adulto frustrado, aquel niño mayor que él de origen argelino que estuvo a punto de convertirse en su hermanastro, luego del asesinato de sus padres, trabajadores en la finca de la familia Laurent cuando Georges era un pequeño temeroso que no deseaba compartir sus posesiones con nadie.

De hecho, los sucesos que se relacionan con la situación política y las culpas históricas de la nación francesa en relación a la represión antiárabe hacia 1961 y el Frente de Liberación nacional argelino, a los que se hace referencia en el filme y que costaron la vida de los padres de Majid, pasan a un segundo plano. El tema central es la culpa y la paranoia. Ese horror dormido en la conciencia del protagonista que se materializa varias décadas después y que se traduce en angustia y desconfianza. ¿Quién es el enemigo? ¿El niño torturado por los recuerdos, que terminó en un hospicio infantil sin tener derecho a educación y confort? ¿El hijo adolescente de éste, que ha crecido con rencor y frustración hacia la familia que echó a perder el bienestar futuro de su padre y de él mismo? ¿La esposa, que en apariencia mantiene una relación oculta con un amigo de la familia? ¿Pierrot, el hijo distante y solitario que carga con sus desilusiones y suposiciones equivocadas quizá y que parece odiar a sus padres mientras lidia con la crisis de la adolescencia? ¿O es que hay alguien más dispuesto a aterrorizar a los Laurent y al propio espectador? ¿Tal vez el propio cineasta Michael Haneke que manipula las situaciones y la trama?

Para ello, resulta fundamental no sólo la manera en que se plantea la historia, sino la impecable técnica que caracteriza el cine de Haneke. Sus intrigantes planos-secuencia, o esa cámara fija que observa y analiza, abandonando todo tipo de trampas y efectismos de un montaje de acción vertiginosa. Por el contrario, ese impass y sus silencios, o la ausencia de música, ayudan a crear un suspenso mayúsculo. Ahí, dónde no sucede nada en apariencia, ocurren en realidad muchas cosas. Las miradas, las reacciones, los diálogos triviales, aportan mucho más, que las explicaciones políticas o sociales.

No faltan por supuesto aquellos momentos de gran intensidad violenta y brutal, que rompe la tensión creada, típicos del cine de Haneke, sin embargo aquí resultan breves y contundentes. Al final, el cineasta regresa continúa distanciándose del espectador para convertirse en otro observador oculto, tal y como lo muestra la última secuencia, misma que en el encuadre y a lo lejos, justo en el área izquierda, revela una situación insospechada. Una posible y pavorosa complicidad entre el hijo frustrado del aquel argelino olvidado que habita en una zona de condominios populares y el vástago de ese matrimonio bien avenido que disfruta de las comodidades de su clase y posición. Aunque, también, pareciera que esa misma escena está siendo videograbada clandestinamente a la distancia por alguien más.

Observador oculto es una obra que no da tregua ni respiro, un relato sobre la inseguridad y el temor a ser juzgado, que no siempre encuentra espectadores capaces de tolerar y seguir ese juego sádico que el realizador propone.

RAFAEL AVIÑA

UNA DAMA PARA DOS (La fille coupée en deux, Francia-Alemania, 2007)

Una dama para dosDirección. Claude Chabrol/ Guión. Claude Chabrol y Cecile Maistre/ Fotografía en color. Eduardo Serra/ Música: Matthieu Chabrol/ Edición: Monique Fardoulis/ Vestuario. Mic Cheminal/ Con: Ludivine Sagnier (Gabrielle Deneige), Benoît Magimel (Paul Gaudens), François Berléand (Charles Saint-Denis), Mathilda May (Capucine Jamet), Caroline Silhol (Geneviève Gaudens), Marie Bunel (Marie Deneige), Valéria Cavalli (Dona Saint-Denis), Thomas Chabrol (Lorbach)./ Duración. 115 mins.

Sinopsis 

Gabrielle Deneige, vive en Lyon con su madre Marie, quien la ha criado sola y es dueña de una pequeña librería. Gabrielle es una joven atractiva y encantadora, en busca de experiencias nuevas, que se dedica a ofrecer los pronósticos del tiempo como meteoróloga en una cadena de televisión local. En ocasión del lanzamiento promocional de un nuevo programa, Gabrielle conoce al arrogante escritor Charles Saint-Denis, quien vive en las afueras, en el campo, alejado del bullicio parisino. Saint-Denis, intelectual cincuentón, extravagante y fanático de las subastas de arte y de las citas literarias, es un adulador y un seductor consumado a pesar de sus 25 años de matrimonio con la aún muy guapa Dona. No obstante, el escritor enloquece por Gabrielle y la seduce a pesar de doblarle la edad. Ambos inician una apasionada y tirante relación que se complica con la presencia de Paul Gaudens, un hombre más joven, rico y caprichoso, con algunos rasgos sicópatas, que se empeña a toda costa en conquistar el corazón de Gabrielle con resultados trágicos e insospechados.

 

En Una dama para dos, el afamado cineasta francés Claude Chabrol (1930-2010), toma como punto de partida la muerte del maduro Stanford White, célebre y millonario arquitecto del Madison Square Garden, en Nueva York a principios del siglo XX, asesinado por el posterior marido de su joven amante, la guapa modelo y corista de Broadway, Evelyn Nesbit, quien tenía 16 años cuando White de 47, la sedujo y a su vez, la obligaba a columpiarse desnuda antes sus adinerados amigos en su lujoso departamento neoyorquino. El sonado caso de nota roja fue llevado antes a la pantalla por el realizador Richard Fleischer (Compulsión, Los vikingos, El estrangulador de Boston), en la película El escándalo del siglo (The Girl in the Red Velvet Swing, 1955). En ella, Ray Milland hacía el papel de White, mientras que la bella Joan Collins, interpretaba a la bailarina, codiciada a su vez por el joven y acaudalado heredero Harry KendallThaw (interpretado por Farley Granger), que termina arrebatándosela y casándose con ella pero poco después enloquecía por los celos y terminaba disparando a muerte contra su rival. De hecho, la propia Nesbit fue asesora del filme.

Chabrol traslada los sucesos de principios del siglo XX a la Francia contemporánea para insistir en sus temas sobre la decadencia y perversión burguesa. El amor y el sexo como mercancía y objeto de consumo que puede obtenerse en una subasta moral y emocional, la misma que enfrentan, el sicópata y desequilibrado Paul Gaudens, dandy que ha vivido siempre bajo las faldas de su madre y el cínico, depravado y veterano escritor Saint-Denis, quien comenta: “¿Me pregunto si la sociedad francesa se encamina al puritanismo, o a la decadencia”. No resultan casuales aquí, las citas al erotómano escritor Pierre Louÿs, autor de La mujer y el pelele. No sólo por la obcecación sexual que significa Gabrielle, sino por la dualidad que representan esas dos formas de amar en la protagonista, como sucedía con el héroe de la novela, obsesionado por los dos rostros de una misma mujer, en una historia llevada varias veces al cine entre otros, por Luis Buñuel en Ese oscuro objeto del deseo (1977). Sin embargo, a diferencia de otras películas suyas como Violette Noziere, señorita de día, prostituta de noche (1978), Chabrol elige la sutileza, la malicia y la ironía. Ejemplo de ello, es la secuencia aquella en la que Gabrielle se somete a las fantasías de Saint-Denis y se arrastra por el suelo disfrazada de pavo real. Chabrol no explora la fascinación erótica. Por el contrario, la minimiza. De hecho, la primera mitad de Una dama para dos, se acerca más a una ácida comedia de dilema moral y en cambio, la segunda parte funciona más como un thriller oscuro y amargo, en concordancia con sus últimos filmes como: La dama de honor, La flor del mal o La comedia del poder, que forman parte a su vez de su cuarta etapa cinematográfica, apoyada por el productor Patrick Godeau, cuando Chabrol rebasaba los 75 años y en donde se insertan los triángulos amorosos, las fábulas éticas, o la participación de figuras como Isabelle Huppert, Benoît Magimel, o François Berléand.

No obstante, a diferencia de otras películas de Chabrol, cuyos personajes suelen ser sumamente complejos y opuestos a los estereotipos, aquí, parecen ser lineales y sin aristas en apariencia (Saint-Denis seduce muy rápido a Gabrielle, por ejemplo, quien a pesar de ser hija de una librera se enorgullece de no abrir ningún libro), en una trama que simula orientarse hacia el debate moral. La joven protagonista se siente atraída por la inteligencia, extravagancia y la experiencia de Saint-Denis, sin embargo, no duda en hacer lo que sea necesario para asegurar su futuro profesional, además de que tiene a todo el mundo detrás suyo en la estación televisiva y también en lo económico, puesto que no rechaza del todo a Paul. Por cierto, ambos personajes masculinos están trazados con muchos signos de repulsión: el egoísmo, arrogancia y las mentiras del escritor que utiliza a la joven a su antojo, o los mohines de niño mimado y carácter irascible y convulso del joven heredero, para el que Gabrielle resulta en suma un capricho más.

 

Así, la primera mitad transcurre en un tono ágil e inteligente de alta comedia y diálogos similares, en ese enfrentamiento intelectual entre el maduro y libertino escritor, el millonario ocioso e hijo de mamá acostumbrado a conseguirlo todo y la hermosa y sugestiva chica del tiempo motivada primero por la independencia personal, después por su poder de seducción y el salto a lo prohibido que encarna ese novelista casado y sexualmente activo y la estabilidad que representa el matrimonio con un joven acaudalado. No obstante, pronto el filme se coloca en una zona oscura para narrar un amor loco, en un cambio de género proclive a la tragedia que recuerda la trama de Las relaciones peligrosas escrita por Pierre Choderlos de Laclos en 1782, llevada al cine por Roger Vadim y Stephen Frears. Como sucede en aquella, aquí, el escritor Saint-Denis, se dedica a acumular aventuras y seducir mujeres, cuenta con una editora, Capucine Jamet, cómplice de sus escapadas eróticas y Gabrielle Deneige, representa a la joven ingenua y sacrificable en apariencia, ya que sabe cómo manejar a esos hombres entre los que se siente dividida. Es decir. La historia de ésta mujer repartida entre dos amores, cuya vida afectiva es al igual que en su trabajo en la televisión, una suma de días soleados y nublados, termina por convertirse en un nuevo descenso chabroliano a los infiernos  de la alta burguesía e intelectualidad francesa, cuyos pecados y voracidad no tienen límite.

Una vez más, Chabrol se presenta fiel a los postulados de la nueva ola francesa, de donde surgió como uno de sus principales representantes desde su notable debut con El bello Sergio (1958). Ex crítico de la célebre revista Cahiers du Cinema y gran admirador de Henri-Georges Clouzot uno de los grandes maestros del cine de suspenso francés, a quien homenajeó con El infierno, filme que debió realizar Clouzot sobre el tema de los celos patológicos, consigue darle la vuelta a su etapa anterior plagada de tramas policiales en la que el autor de Qué las bestia muera, El carnicero, o La ceremonia, abandona sus relatos urbanos para situar sus acciones en la provincia acomodada de Lyon, donde tiene la oportunidad de burlarse además de la banalidad de la televisión como lo muestra la escena de la entrevista al escritor en un programa de celebridades literarias. Una dama apara dos tiene una intriga atractiva, un elenco  eficaz y una puesta en escena admirable en la que destaca la música atonal e inquietante de su hijo Matthieu Chabrol y sobre todo el trabajo visual y fotográfico a cargo de Eduardo Serra. El tema de la perversión, el amor y la seducción son puestos a andar con un mecanismo de relojería eficazmente manejado por Chabrol, en un relato sobre las relaciones amorosas, vueltas relaciones de poder, mismas que no dan pie a confusiones de los acontecimientos y los desencantos que viven los personajes. Incluso, el bello y aparentemente desconcertante epílogo que sucede en un teatro donde se lleva a cabo un acto de ilusionismo: el de la chica partida en dos, título original al filme, tiene como finalidad, perturbar al espectador y desbalancearlo, al tiempo que evita caer en los convencionalismos de fórmula en historias similares. Una dama para dos es una pieza moderna sobre la decadencia amorosa y la pasión dividida.

RAFAEL AVIÑA

 

EL LATIDO DEL TAMBOR (Zhan. gu, Hong Kong-Taiwán-Alemania, 2007)

El latido del tamborDirección y Guión. Kenneth Bi/ Fotografía en color. Sam Koa/ Música. Andre Matthias/ Edición. Kenneth Bi e Isabel Meier/ Diseño de Producción. Alex Mok/ Con: Jaycee Chan (Sid), Tony Leung Ka Fai (Kwan), Angelica Lee (Hong Dou), Roy Cheung (Ah Chiu), Josie Ho (Sina), Kenneth Tsang (Stephen Ma)/ Duración. 108 mins.

Sinopsis

El impetuoso y hedonista junior y playboy Sid, hijo de Kwan, importante jefe de la mafia de Hong Kong, es descubierto in fraganti manteniendo relaciones íntimas con la mujer de Stephen Ma, capo rival de otra de las triadas criminales del lugar. Para complicar aún más su situación, insulta al jerarca frente a sus subordinados. El mafioso agraviado exige a su amigo y padre del arrebatado joven y aplicado baterista de rock, cercene las manos de su hijo para pagar su culpa y dar un escarmiento público. Para alejarlo de la amenaza, Kwan decide ocultar a su irresponsable vástago en las montañas de Taiwán, vigilado y protegido por uno de sus hombres de confianza. Ahí, Sid conocerá por azar a un grupo de tamboristas ambulantes y expertos en artes marciales, dedicados a perfeccionar su mente, su cuerpo y su espíritu, combinando percusiones zen y ritmos de tambor. Aprovechando sus dotes de baterista, Sid convence a los maestros de aceptarlo como aprendiz y descubre a través de ésta música y de la férrea disciplina del grupo, el verdadero sentido de su existencia.

“El filme inicia en la ciudad y después se traslada a una austera montaña, por lo que tenía que encontrar la forma de unir ambos mundos. No se trataba de un asunto estético, sino también de encontrar el camino de cómo relatar la historia. Elegí enfocarme en Sid, el protagonista, quien actúa de acuerdo a sus sentimientos” –Kenneth Bi

El latido del tambor, cuyo título original Zhang.gu significa literalmente Guerra.tambores, fue nominada al Gran Premio del Jurado en el Festival Sundance 2008, compitiendo en la categoría dramática de la sección Cine del Mundo y merecedora de los Premios a Mejor Actor de Reparto en el Festival Golden Horse de Taipei y a Mejor Actor Protagónico y Mejor Película en el Wine Country Film Festival de California, Estados Unidos. Se trata del tercer largometraje del cineasta hongkonés Kenneth Bi (Rapsodia del arroz, 2004), graduado en la Facultad de Cine y Teatro de la Universidad Brock de Canadá, quien convivió durante varios meses con músicos zen verdaderos en particular la Compañía del llamado Teatro U, para otorgarle un toque de mayor veracidad a su película.

Pero ello, no sólo es parte del atractivo de un filme que se mueve a medio camino entre el cine de arte y el cine comercial de género, sino que además, el realizador aprovecha la capacidad del joven Jaycee Chan, hijo de la popular estrella de cine y artes marciales, Jackie Chan, quien se ha convertido en uno de los actores noveles más prometedores de su generación, rescata al notable actor Tony Leung Ka Fai, el mismo de El amante y Elección de Johnnie To y apuesta por una hermosa banda sonora de Andre Matthias y una notable fotografía que intenta capturar la conversión espiritual del protagonista. De alguna manera, tanto la historia como su concepto estilístico, buscan reflejar la personalidad contradictoria y energética del rebelde urbano Sid en su proceso de transición.

Por supuesto, la filosofía zen resulta fundamental para plantear el drama interior de maduración personal de un muchacho inestable que deberá elegir entre el universo criminal en el que se mueve su progenitor, mismo que le atrae por lo que tiene de insurrecto y de violento, pero que rechaza a la vez por tratarse de la figura paterna y a su vez, voltear hacia la disciplina y la contemplación de la naturaleza que se desprenden de las actividades de la compañía de tamboristas que habitan en esa suerte de oasis de paz. Sid se cuestionará la posibilidad de apostar por la vida frenética citadina con sus automóviles, vías rápidas, anuncios luminosos y grandes edificios así como el juego de comercialización y estandarización de la música, o el silencio, la paz interior, la convivencia ecológica con el entorno y el placer de tocar un instrumento y componer música por encima de afanes lucrativos.

Incluso esa dicotomía en que se mueve el protagonista se extiende a su vez en la propia impulsiva forma de tocar la batería en la que es llevado por la agresividad y la inestabilidad emocional y por el contrario, aprender a apreciar el silencio para entender los sonidos de la naturaleza y encontrar su propio ritmo y sus propios sonidos a partir de la armonía interior. Es decir. Más allá de los contrastes entre urbe y entorno rural, entre criminalidad nocturna citadina y la claridad del cielo limpio y la espiritualidad de la montaña, el realizador pretende crear una metáfora del alma y la mente convulsa del héroe que busca sin saberlo realmente, trastocar su manera de vida y reencontrar los sonidos que laten en el fondo del corazón. Lo que arranca como un filme convencional gansteril made in Hong Kong, gira de manera opuesta hacia un derrotero espiritual en el que Sid se planteará una cualidad que desconoce: la humildad, misma que le ayudará a darle sentido a su vida inestable y vacía.

En ese sentido, El latido del tambor se mueve entre la contemplación de la naturaleza y los sentimientos turbulentos en la línea de Kim Ki-duk (Las estaciones de la vida, Por amor o por deseo) y el humor negro y la violencia explosiva catapultada por los convulsionados lazos familiares al estilo de Takeshi Kitano (Fuegos artificiales, El capo). El cineasta Kenneth Bi, construye aquí un atractivo y emotivo drama sobre el aprendizaje emocional y el viaje interior de ese atrabancado baterista adolescente, hijo de un explosivo mafioso que en un inicio aparece obsesionado con la joven amante de ese gángster hongkonés amigo de su padre.

De esa forma, las primeras escenas colocan a la cinta en territorio del cine gangsteril chino a lo Johnnie Too (Election y secuela, Exiled). Sid, se ve obligado a ocultarse en la clínica veterinaria de su hermana (la guapa Josie Ho) y a enfrentar ahí la furia de su padre, cuando éste se entera de que su amigo Stephen Ma, a quien le debe la vida, le pide la cabeza o más bien las manos de su hijo, por lo que decide esconder a su vástago en una zona montañosa de Taiwán. Sid experimentará un cambio espiritual y romántico, no obstante es un hecho que tarde o temprano tendrá que regresar a saldar cuentas con la triada mafiosa. El filme funciona tanto como una agresiva y espectacular cinta de acción y violencia gangsteril y a su vez como un eficaz y sincero viaje de maduración interior. Y es que su realizador y guionista otorga una gran fuerza a sus escenas urbanas y altos grados de sensibilidad a las secuencias contemplativas y de educación espiritual a través de la interacción el héroe con la naturaleza y la música que emerge de esos tambores zen.

Asimismo, lo que hace la diferencia entre El latido del tambor y aquellos relatos de misticismo y aprendizaje célebres en los setenta y ochenta como la teleserie Kung Fu con David Carradine y El karate kid (John Avildsen, 1984) con Ralph Macchio y Pat Morita, es la insistencia del realizador Kenneth Bi, en contrastar los dos mundos en los que se debate el joven protagonista. Por un lado, la locura urbana del Hong Kong actual y la austeridad bucólica de los escenarios taiwaneses, que llevan a Sid no sólo a busca el amor y la paz interior, sino a entender a su padre. De hecho, por encima de las alegorías sobre la técnica y el sonido de los tambores milenarios que van marcando la estabilidad emocional de Sid, el filme plantea un drama doméstico no resuelto: el de una familia convulsionada por el abandono de la madre y por la violenta profesión del padre, un hombre que a pesar de su oficio, no pierde su humanidad, como sucede con los personajes del cine de Kitano.

Un giro muy interesante hubiera sido el de sumergirse precisamente en el pasado familiar, un tema que es desaprovechado en aras de la construcción espiritual del protagonista. Incluso para otorgarle más verosimilitud. Quizá por ello, el desarrollo de la trama se torna previsible. No obstante hay imágenes y momentos que por sí solas se encuentran por encima de los altibajos de un filme que incluye la presencia del famoso cellista chino Trey Lee, quien toca un solo de cello y a su vez, algunos momentos humorísticos como ese arduo trabajo que requiere reducir el nivel de testosterona del héroe al que los maestros le imponen la tarea de cargar sin utilidad alguna, varias y pesadas rocas en un saco. A su vez, otras imágenes como aquellas de Sid tocando para su padre desde el exterior de la cárcel donde éste se encuentra recluido, el funeral del propio progenitor, el enfrentamiento entre el villano y el joven transformado, o la extraordinaria secuencia final con el Teatro U ejecutando su espléndido concierto de tambores. Sobrada tal vez de metraje, El latido del tambor resulta un relato atractivo y emocional, en el que el cadencioso sonido de las percusiones termina por conducir al espectador a espacios íntimos de gran aliento poético.

RAFAEL AVIÑA

REGRESIONES DE UN HOMBRE MUERTO (The Jacket, Gran Bretaña-Estados Unidos-Alemania, 2005)

Dirección. John Maybury/ Guión. Tom Bleecker, Marc Rocco, Massy Tadjedin/ Fotografía en color. Peter Deming/ Música: Brian Eno/ Edición: Emma E. Hickox / Diseño de Producción: Alan MacDonald/ Con: Adrien Brody (Jack Starks), Keira Knightley (Jackie Price), Kris Kristofferson (Dr. Thomas Becker), Jennifer Jason Leigh (Dra. Beth Lorenson), Kelly Lynch (madre de Jackie), Daniel Craig (Rudy Mackenzie) / Duración. 103 mins.

Sinopsis

Tras recuperarse de una herida de bala en la cabeza, el soldado veterano de la Guerra del Golfo Pérsico, Jack Starks regresa a su pueblo natal Vermont. En un camino solitario y cubierto por la nieve, se topa con una mujer alcoholizada y drogada que viaja con su pequeña hija en una camioneta que se ha descompuesto. Jack les ayuda pero la mujer lo rechaza. Más tarde, un hombre lo recoge en el trayecto y éste tiene un altercado con un policía de caminos en el que Jack resulta herido y además se colapsa su trauma amnésico. Se le acusa del asesinato del policía y por ello es enviado a un hospital psiquiátrico. Ahí, el director del lugar, el Dr. Becker, le somete a un tratamiento extraño y controvertido: se le inyectan drogas experimentales, le colocan una chaqueta de fuerza y le encierran durante horas en un depósito de cadáveres. Drogado y desorientado, la mente de Starks lo proyecta hacia el futuro, donde conoce a Jackie, una joven traumatizada por su pasado y descubre a su vez, que está destinado a morir en pocos días. En efecto, producto de las sádicas terapias de aislamiento del médico, Jack desarrollará la sorprendente habilidad de viajar en el tiempo. Pero ¿Son reales sus viajes, o son tan sólo parte del delirio de un hombre, cuyo cerebro ha sufrido un trauma irrecuperable? Starks y Jackie buscarán la forma de enfrentar y salvar su destino trágico.

En efecto, el Mal puede adquirir formas represivas. El entrenamiento militar, la disciplina bélica, las terapias conductivas y agresivas que acaban por destruir la mente de las personas. Sin embargo, la trama de Regresiones de un hombre muerto se aproxima más a los delirios que sufre el protagonista de Alucinaciones del pasado (Adrian Lyne, 1990) y al acoso clínico como microcosmos de una sociedad represora en Atrapado sin salida (Milos Forman, 1975), que a aquellos relatos sobre implantación de códigos enajenantes como ocurría en El embajador del miedo (John Frankenheimer, 1962) y su secuela dirigida en 2004 por Jonathan Demme, o aquel intrigante thriller protagonizado por Charles Bronson en 1977, Teléfono rojo dirigida por el gran artesano Don Siegel y escrita por el también eficaz realizador Peter Hyams.

Por si ello fuera poco, Regresiones de un hombre muerto, apuesta por una suerte de thriller fantástico en tono oscuro y sórdido que juega con las posibilidades de alterar el futuro como ocurre con varios relatos que van de La máquina del tiempo (George Pal, 1960) inspirada en la novela de H.G. Wells a la exitosa y muy entretenida trilogía de Volver el futuro (Robert Zemeckis, 1985-1990), pasando por Peggy Sue, su pasado la espera (Francis Ford Coppola, 1986). Pero sobre todo, conecta en particular, con otras historias de corte pesimista como: Alas de mariposa (1991) del vasco Juanma Bajo Ulloa, Desafío en el tiempo (Gregory Hoblit, 2000) y El efecto mariposa (2003) de Eric Bress y J. Mackye Gruber.

Más curioso aún, se trata de una coproducción europea-hollywoodense producida por los exitosos socios: el actor George Clooney y el realizador Steven Soderbergh, atentos siempre a propuestas novedosa en géneros que van del suspenso, al drama y el thriller,  dirigido por John Maybury, un cineasta británico que debutó en la industria -luego de una carrera en el cine experimental y el cortometraje-, con un relato inspirado en la vida íntima del iconoclasta artista irlandés y pintor gay, Francis Bacon (1909-1992). En efecto, con cierta influencia del cineasta Derek Jarman, Maybury emprendió dicha biografía artística desde un punto de vista intimista bajo el título de: El amor es el diablo (1998) centrada en una anécdota en la vida de Bacon, quien sorprende al ladrón George Dyer en el interior de su casa y a partir de ese momento, el joven se convierte en amante y modelo favorito del artista. Se trataba sobre todo, de un filme atmosférico más que una introducción a la personalidad de Bacon interpretado por Derek Jacoby y a su vez, una descripción de sus demonios interiores y su masoquismo intelectual y sexual compartido por Dyer, protagonizado por el entonces joven y desconocido actor inglés Daniel Craig, futuro James Bond cinematográfico del presente siglo.

Regresiones de un hombre muerto, segunda película industrial de John Maybury, responsable por cierto de la exitosa teleserie dramática e histórica: Roma (2005-2007), deja muy rápido la intriga bélica para sumergirse en una trama de corte existencialista-fantástica, protagonizada por el neoyorquino Adrien Brody, sin duda, uno de los más solventes actores del nuevo milenio y cuya carrera arrancó en los noventa. Brody obtuvo el Premio a la Mejor Actuación en Cannes por El pianista (2002) de Roman Polanski y a su vez, ha protagonizado otros tantos relatos intrigantes como: Hollywoodland, Manolete, El detective cantante, King Kong o GIallo del maestro del gore italiano Dario Argento.

Su rostro cadavérico, su espigada y delgada figura paradójicamente en un cuerpo fuerte, aportan la fragilidad emocional del personaje, que sin embargo es capaz de transmitir la fuerza de la insistencia para apostar por lo que considera trascendental y cuyo personaje logra traspasar las barreras de la realidad y el tiempo, en una historia que arranca en 1991 durante la llamada “Operación Tormenta del Desierto” en el Golfo Pérsico, donde el protagonista es dado por muerto en un inicio. De alguna manera, resucita y un par de años después, es enviado a su casa luego de un tiempo de crisis y cuadros de amnesia, para acabar acusado falsamente de un asesinato, torturado, saturado de drogas médico-experimentales y con una camisa de fuerza, en una clínica donde se practican métodos poco ortodoxos que le llevan a saltar en el tiempo hacia el año 2007, cada vez que es encerrado en una gaveta del depósito de cadáveres como parte de la terapia de rehabilitación practicada por el Dr. Becker.

Más interesante aún, como apunta el ensayista Sergio González Rodríguez: “Se puede entrever en el relato de The Jacket el caso de David Morehouse (cf. Psychic Warrior, St Martin Press, 1998), quien recibió una bala mientras era soldado en el Jordán y a partir de entonces, comenzó a tener visiones remotas, premoniciones y experiencias de desprendimiento de sí mismo, que lo llevaron a ser incorporado en un programa secreto del Gobierno de Estados Unidos aplicado a prácticas de espionaje psíquico, en el que intervinieron sus principales agencias de inteligencia. Desde el punto de vista científico, la existencia de un «sexto sentido» era parte del folclor universal hasta que a últimas fechas los neurólogos Joshua W. Brown y Todd S. Braver encontraron signos de actividad cerebral, como lo divulgó la revista Science el 18 de febrero de 2005, que podría referirse a una capacidad de prever acontecimientos futuros mediante la percepción de indicios sutiles en la zona llamada en inglés «anterior cingulate cortex».

Como en Alucinaciones del pasado, el protagonista intentará sobrevivir en un mundo moral y emocionalmente devastado. Por ello, no es casual las referencias a la Guerra del Golfo en los años de George Bush: la nueva pérdida del sueño americano y la antesala de los horrores terroristas por venir. Al igual que aquella, los delirios y alucinaciones empezarán a asfixiar el universo del héroe ¿Qué es real, que es imaginario? Es decir, Jack Starks se trastocará literalmente en un muerto en vida, una suerte de zombie que deambula entre un espacio temporal y otro, entre recuerdos fragmentados en donde hacen falta pequeñas partes que armen su rompecabezas emocional. Y a su vez, el amor o la posibilidad de encontrar un amor que le otorgue paz, será el motor que mueva al protagonista a enfrentar su destino. Así. Irá superando su amnesia posbélica y al mismo tiempo, explorando los peligros que corre al enterarse en el futuro que murió varios años atrás.

A destacar sin duda el trabajo visual, así como las presencias de actores como: Kris Kristofferson, ese sádico médico que resulta un engranaje más del sistema y su gaveta experimental, la metáfora de toda la película: esa especie de cámara opresora del hombre común sometido a un tratamiento maligno. La Dra. Lorenson que encarna esa actriz de excepción que es Jennifer Jason Leigh, quien a su vez, encontrará ayuda en la experiencia atemporal de Starks, mientras busca solucionar el estado casi vegetativo del pequeño hijo de una amiga, quien sale de su mutismo gracias a una terapia moderada de electro choques. Asimismo, la aparición de Daniel Craig, un año antes de convertirse en el nuevo agente 007 en su papel de maniático que ayuda al héroe a encontrar respuestas muy en la línea de los “locos” de Atrapado sin salida. Y por supuesto, el encanto de esa hermosa e intrigante joven actriz que es Keira Knightley, capaz de aporta una sensibilidad muy especial a la jovencita amargada que busca sanar las heridas del pasado como proyección misma de una nación triste, sin esperanza y sin rumbo en una trama romántica que coquetea con los saltos en el tiempo de manera audaz.

En apariencia, Regresiones de un hombre muerto es un relato de entretenimiento más en la línea del mainstream de Hollywood, que trastoca la historia de la máquina del tiempo en una gaveta de la morgue y una camisa de fuerza, para rematar con un ilusorio happy end y una moraleja sobre la importancia de apreciar la vida, la fragilidad de ésta y la búsqueda de la felicidad. Sin embargo, va más allá de eso. Se trata de una suerte de thriller metafísico sobre los errores del pasado y la saturación de la memoria. El olvido como una barrera contra la ignominia y la capacidad de enfrentar la realidad incluso por encima de la muerte.

RAFAEL AVIÑA

EL ESCRITOR FANTASMA (The Ghost Writer, Gran Bretaña-Francia-Alemania 2010)

The Ghost WriterDirección. Roman Polanski/ Guión. Roman Polanski y Robert Harris, inspirados en la novela del propio Harris, The Ghost/ El poder en la sombra/ Fotografía en color. Pawel Edelman/ Música: Alexandre Desplat/ Edición: Hervé de Luze/ Con: Ewan McGregor (El escritor fantasma), Pierce Brosnan (Adam Lang), Olivia Williams (Ruth Lang), Tom Wilkinson (Dr. Paul Emmett), Kim Catrall (Amelia Bly), James Belushi (John Maddox)/ Duración. 128 mins.

Sinopsis

Un escritor con perfil bajo, pero responsable de algunas eficaces biografías, es convencido por su amigo y representante, para hacerse cargo de las memorias del ex Primer Ministro británico, Adam Lang. Contratado por Lang, a través de un grupo de abogados y ejecutivos de una importante casa editorial y con la promesa bajo contrato de una jugosa cantidad de dinero, el biógrafo acepta convertirse en el escritor fantasma del encumbrado político, revisando y corrigiendo las remembranzas de éste, a partir de un manuscrito prácticamente terminado, realizado por el asistente personal y colaborador de Lang, muerto en circunstancias extrañas. El escritor es trasladado a una casa en una isla cercana a los Estados Unidos, propiedad de Lang, para trabajar ahí bajo estrictas medidas de seguridad y discreción, al tiempo que Lang es acusado públicamente de abuso de autoridad durante su gestión. A medida que el escritor va adentrándose en la vida y en el pasado del político y en su relación con los personajes que le rodean, como su enigmática y fría esposa Ruth, o su asistente Amelia, va descubriendo misteriosas pistas y situaciones turbias que implican a Lang en detenciones ilegales a sospechosos de terrorismo y colaboración con la CIA. Finalmente, el escritor cruzará casi por azar un umbral prohibido del que no habrá regreso posible.

No hay duda en colocar a Roman Polanski, cineasta francés de origen polaco, (París, 1933), como una de las grandes e insólitas personalidades de la cinematografía mundial en los años sesenta y setenta, según lo demuestran obras maestras como: Cuchillo en el agua, La danza de los vampiros, El bebé de Rosemary, Chinatown, El inquilino o Tess. Sin embargo, una serie de desgracias personales como el brutal asesinato de su esposa Sharon Tate en 1969, a manos de algunos miembros del llamado Clan de Charles Manson en el interior de su residencia en Cielo Drive en Hollywood, California y la posterior acusación en su contra de abuso sexual contra una adolescente en 1977 en la mansión de Jack Nicholson durante una fiesta de alcohol, sexo y drogas, le obligarían no sólo a abandonar los Estados Unidos, sino a transitar con relativas dificultades en los escenarios cinematográficos en particular en las décadas de los ochenta y noventa.

En efecto, puede decirse que esos veinte años fueron de poca creatividad artística –salvo excepciones-, en los que filmó sólo cinco películas: la comedia de acción y aventuras, Piratas (1986), el thriller policiaco y de falso culpable Búsqueda frenética (1989) en la que conocería a su esposa actual, la francesa Emmanuelle Seigner, protagonista a su vez de la extraordinaria Luna amarga (1992), un abigarrado y voyeurista estudio sobre la pasión y la locura sexual, La muerte y la doncella (1995), una suerte de melodrama político y relato militante de suspenso y La última puerta (1999), una mezcla de relato fáustico de horror y cine negro, con un antihéroe atrapado en un mundo corrupto. Historias que mostraron a un realizador hábil y eficaz pero ambiguo y prácticamente al borde del precipicio.

Por ello, resultó notable su regreso a las pantallas en el nuevo milenio con El pianista (2002), que acaparó el Óscar a Mejor Director y la Palma de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cannes, a partir de una obra tan vigorosa como apabullante y al mismo tiempo, tan clásica e impersonal en su estilo narrativo, cercana incluso al telefilme, pero con una solidez tal, que la historia real del pianista Wladyslaw Szpilman superviviente del guetto de Varsovia durante la ocupación nazi, se acabaría trastocando en una especie de alegoría de la propia infancia de Polanski, otro sobreviviente de la segunda guerra mundial cuya madre desapareció en un campo de concentración cuando el cineasta acababa de cumplir los ocho años de edad.

Luego de Oliver Twist (2005) y del ácido segmento Cinéma Erotique para el proyecto colectivo Cada quien su cine (2007), que pasaron sin mayor gloria, Roman Polanski, inquietante, ambiguo y brillante creador de oscuros relatos de demencia sexual y amor loco, delirio, claustrofobia, persecución y pasiones que rozan con el más puro horror y quizá uno de los cineastas con mayor capacidad para transmitir una permanente sensación de intimidación y amenaza, consigue una nueva y atractiva obra, menor en apariencia, que le ha llevado a obtener sin embargo, el Oso de Plata a la Mejor Dirección en el pasado Festival de Berlín de este 2010: El escritor fantasma, su largometraje número dieciocho, resulta un eficaz muestrario de las obsesiones de un artífice innovador.

Y es que a Polanski le basta una sola secuencia como la del inicio, para atrapar al espectador y sumergirlo en un laberinto de horror, mordacidad y misterio, como lo muestra la escena de arranque en la Editorial. Esa secuencia, aparentemente superficial y sin importancia, no sólo está cargada de perversidad, inteligencia y un humor negro y corrosivo –de hecho, ahí se decide el futuro del escritor-, sino que en ella, el realizador ejecuta con maestría una brillante planificación de tomas, campos y contra campos de personajes y una hábil puesta en escena centrada en los diálogos cruzados de todos los personajes (abogados, apoderados, ejecutivos editoriales, representante y escritor) que se lleva a cabo en un minúsculo cubículo para aumentar la idea de encierro y claustrofobia que seguirá.

Un sirviente oriental que barre inútilmente una terraza llena de arena, unas fotografías reveladoras apenas ocultas en la parte baja de un cajón, un motel tétrico y solitario, proponen a su vez, reveladores elementos para crear un ambiente intrigante y malsano alrededor de un autor por encargo: un escritor fantasma muy cercano al falso e inocente culpable del cine de Alfred Hitchcock (Pacto siniestro, La ventana indiscreta, Intriga internacional), que se percata demasiado tarde, que su anonimato lo llevará irremediablemente a la desaparición, más aún en una sociedad donde los hilos del poder son perversos e invisibles. Y es que el más reciente filme de Polanski, que adapta la novela del exitoso Robert Harris, El poder en la sombra (2007), es una historia sobre la falta de identidad y el aislamiento en todos los niveles.

Luego del frustrado proyecto de llevar a la pantalla el relato épico-histórico, Pompeya del propio Robert Harris, Polanski acomete con un notable ejercicio de suspenso, intriga y humor negro que se mantiene fiel al original y a su vez es capaz de agregar referencias a su propia obra. El protagonista, encarnado eficazmente por Ewan McGregor, encarna a un escritor británico, autor de biografías de mediano éxito, que guarda varios puntos de contacto con los estadunidenses en París de Búsqueda frenética (Harrison Ford) y Luna amarga (Peter Coyote), así como con aquel detective sin escrúpulos dedicado a localizar libros extraños y rarezas para coleccionistas en La última puerta (Johnny Deep). A su vez, es evidente la conexión con El inquilino (1976) y con El pianista, en la creación de atmósferas enrarecidas y personajes insertos en relatos claustrofóbicos, en medio de una sociedad que los acosa y destruye.

En El escritor fantasma, Polanski combina cine negro, thriller, ficción política, suspenso, cine de conspiraciones paranoicas, ambientes opresivos y un corrosivo y malsano humor, como lo muestra el arranque en una importante editorial, en donde el escritor es contratado para revisar la supuesta autobiografía de Adam Lang, saliente Primer Ministro británico (un eficaz Pierce Brosnan) ya redactada por su asistente y escritor fantasma fallecido trágicamente (es encontrado ahogado y su auto abandonado). El inmediato acoso que sufre el escritor, el ambiente de paranoia y los espacios cerrados a los que se ceñirá al escritor, quien recibirá un pago de 250 mil dólares para realizar la obra sobre el material existente con extrema premura, anticipan el misterio al que se someterá el personaje, más aún cuando se vea en la necesidad de trasladarse a la casa del político, junto con la esposa y las asistentes de éste, en una isla en/cercana a los Estados Unidos, al tiempo que Lang es acusado de crímenes de guerra, al aprobar y permitir torturas en conjunto con la CIA en su batalla contra el terrorismo.

Por supuesto, no resulta casual el paralelismo entre Lang y el verdadero Primer Ministro inglés Tony Blair, así como esa suerte de Lady Macbeth que encarna Ruth (Olivia Williams, espléndida), la extraña mujer de Lang quien de inmediato acapara la atención del fantasma y parece detentar las cuerdas del poder tras las sombras, muy cercana a la verdadera Cherie Blair. Y es que el autor de la novela, Robert Harris, a quien por cierto le han adaptado otras historias como: Enigma con Kate Winslet y Arcángel con Daniel Craig, pasó del abierto apoyo hacia Blair y su mujer, a la decepción absoluta, causada por los años de gobierno del mandatario al frente del Partido Laborista (1997-2007): de ahí su disimulado retrato de familia de la pareja. Sin embargo, la película no intenta sumergirse en el trasfondo político inglés, la guerra contra el terrorismo y la relación entre Gran Bretaña y el gobierno estadunidense.

Se trata más de una cruel fábula nihilista que recuerda en parte, aquel

insólito y premonitorio serial televisivo británico, El prisionero (1968), creado, producido y protagonizado por Patrick McGoohan a lo largo de 17 episodios, acerca de un hombre que despertaba en una isla, La Villa, un suburbio cómodo y tranquilo, habitado por hombres y mujeres a quienes el gobierno espía y mantiene bajo control con un número clave y cuyos intentos de escapatoria eran frustrados por una extraña burbuja. Una referencia irónica a la condición misma del propio Polanski, exilado de país en país, a quien se le ha negado la entrada a los Estados Unidos, un realizador que conoce demasiado de encierros y acosos públicos.

El protagonista al trastocarse en un fantasma: una sombra sin identidad, decide finalmente revindicar su voz en un mundo de mentiras y ocultación, cuando descubre al final durante la presentación al público de las memorias de Lang, el mensaje cifrado que se esconde en la biografía de un político de moral dudosa rodeado de siniestros personajes. Así, pasará inevitablemente del distanciamiento, a la perdida de la percepción de la realidad, la desaparición y el olvido como se intuye en la notable y climática secuencia final, filmada magistralmente fuera de cuadro.

RAFAEL AVIÑA