El Principio (México, 1972) de Gonzalo Martínez Ortega.

De cuando México quiso transformarse.
por Luis Arrieta Erdozain

El Principio, opera prima del ya finado realizador chihuahuense Gonzalo Martínez Ortega, es un film poderoso, magistral, que se constituye en un verdadero fresco de la Chihuahua brava, macha y de cacicazgos de comienzos del siglo XX, justo en el lapso comprendido entre unos años antes y unos después del estallido de la Revolución Mexicana. Aquí sobran situaciones que sustentan el dicho del gran bardo y trovador José Alfredo Jiménez, cuando cantaba aquello de: “No vale nada la vida, la vida no vale nada” o aquella otra en que afirma “Y mi palabra es la ley”. Para abrir boca, la secuencia inicial, portadora de una violencia ominosa y brutal cuando se produce el abuso de las huestes de Victoriano Huerta a una soldadera y su hijo … lo peor del caso es que, en tantos y tantos casos, lo aquí mostrado no fue para nada ficción …

Tras este inicio cimbrante, con base en una sabia arquitectura tanto de los cuadros situacionales congregados como del tiempo (esto último a partir de una combinatoria afortunada, no compleja, de la narración lineal acompañada de largos y breves flashbacks, tanto evocadores como explicativos), se desarrolla un retrato de época, cuyos personajes centrales son quienes forman la familia de hacendados de apellido Domínguez. Otrora encabezada por Don Pancho (Adolfo Torres Portillo), logra un florecimiento fabril y comercial con base en una filosofía empresarial que procura tanto su propio beneficio como el de la comunidad, especialmente de quienes trabajan en sus negocios y sus familias. Pero llega el tiempo en que Don Pancho enferma de algo que lo incapacita, tanto para hablar como para moverse, aunque es perfectamente consciente de lo que acontece a su alrededor. Lo sucede al frente de la familia y los negocios su hijo Ernesto Domínguez (Narciso Busquets), un macho cacique y jefe político de la entidad que consigue evocar la memoria de los Terrazas durante el porfiriato en ese mismo estado norteño. Él y su hermano Francisco (Sergio Bustamante) ostentan la personalidad prototípica del hacendado pre-revolucionario, quienes por razones de herencia, casta y, casi casi por derecho divino, son dueños de tierras, de bestias … y hasta de las personas que viven dentro de los límites de sus inmensas extensiones de tierras. Ello hace que su justicia, humor y antojo sea lo que prevalezca, que puedan matar con toda impunidad o hacer suyas –o simplemente poseer- a las mujeres de la comarca que deseen sin que nada ni nadie se los impida.

La actitud de Ernesto Domínguez respecto de los trabajadores raya en lo despótico, amén de que hace caducar –nomás “por sus pistolas”– ciertas concesiones mínimas que Don Pancho, su padre, había dado a la gente, tales como poder aprovechar el producto de sus tierras de temporal para ayudarse. Otra afrenta al culto popular la hace cuando no deja celebrar la fiesta de san Isidro, patrono del pueblo. En algún momento, el cacique arguye: “¿Cómo debo hablarles para que no se me trepen al pescuezo?”. En este caldo de cultivo para la irritación social y la impotencia de la gente desfavorecida para modificar el orden prevalente de cosas, pues Ernesto “ni los ve ni los oye”, las ideas de Ricardo Flores Magón por construir un orden social más justo caen en terreno fértil. Ellas se difunden a través de un periódico underground impreso en una modesta imprenta y mediante reuniones que se llevan a cabo, luego de terminada la jornada de trabajo, en el llamado “Círculo Liberal”, animado tanto por Jesús José Licona, Cheché (Eduardo López Rojas), cuñado de Ernesto y esposo de su hermana Cuca (Lina Montes), así como por el carismático y apasionado Leobardo López (Alejandro Parodi). En relación a este último personaje, hay una anécdota interesante: se llama así en honor de Leobardo López Arretche, el muy tempranamente finado director del film documental El grito (1968), testimonio invaluable de lo sucedido durante el movimiento estudiantil del 68 en México y, desde entonces y hasta ahora, a pesar de sus deficiencias técnicas, considerada película de culto.

Pero volviendo a El Principio, buena parte de lo que conoce el espectador deriva de lo visto y testimoniado por David Domínguez Solís (Fernando Balzaretti) quien, al inicio del film, regresa a su ciudad natal después de permanecer en París durante nueve años, en donde estudia pintura. Justo el día de su regreso (precisado en el film como el mes de marzo de 1914), el ejército villista ha tomado la plaza y celebra su victoria. Al visitar la casa paterna (en un manejo de la estructura narrativa y temporal que luego volvería a ser adoptado en la puesta en pantalla de La casa de los espíritus, basada en la novela de Isabel Allende), David recuerda con intensidad los episodios más significativos y dramáticos de su vida. De nuevo en el presente, el joven decide unirse a la Revolución.

Pero más que un mero film político –que lo es, aunque no es una película sobre la Revolución Mexicana, sino una exploración inteligente sobre algunas de las causas que la provocaron … quizá por ello sólo la inclusión fugaz del General Francisco Villa (Gregorio Acosta)-, El Principio es, también, un film de época, con sus debidos tornaluces y aguafuertes, con el encanto, el costumbrismo, la violencia y el modo como se vivía en la provincia mexicana norteña de aquellos entonces. Aquí el Virgilio del espectador es David adolescente, interpretado por Jorge Balzaretti. Se ilustran las secuencias del baño colectivo de los martes, en aguas de un riachuelo cercano, de las jóvenes de la Madame María del Rayo Fierro, la Coquema (Lucha Villa) y el modo como primero son avistadas a ocultas por los adolescentes del pueblo (incluido, por supuesto, David) y ya después se bañan con ellas; la relación que la Coquema sostiene en calidad de amante por años con Ernesto Domínguez; los singularísimos personajes que nunca faltan en un pueblo como el General Cardiel (Bruno Rey), quien narra a la parvada de niños que lo siguen sus proezas durante la Guerra de Reforma o la ocupación francesa; el de la bella, silente y coja Claudia Guadalajara (Patricia Azpíllaga), quien sufre las consecuencias de un amor malogrado por su deficiencia anatómica, así como el de la llamada Juana la loca (Pilar Souza); el de Thomas, ex-oficial del ejército norteamericano que, en 1898, pierde la vista en la guerra que hizo Estados Unidos a España por Cuba (que desembocó en la tardía independencia de la isla del imperio hispano). Otro paisano suyo corrupto y vinculado con el poder estatal le hace ver como una tontería que esté devolviendo al gobierno norteamericano los cheques que éste le manda por ser veterano herido e incapacitado en batalla. Es subyugante la integridad moral de Thomas cuando dice que él no quiere recibir dinero sucio. Con todo y su discapacidad, puede sostenerse a sí mismo con lo que obtiene por los distintos trabajos de índole intelectual que realiza … y acaba por decidir desposarse con Petrita Cordero (Evangelina Martínez), quien toma clases de inglés con él y parece admirar mucho su calidad humana; el caso de Luciano “Chano” Muñoz, el herrero (Andrés García), quien por su fuerza y atractivo con las mujeres es obligado a enfrentar situaciones de reto, violencia e injusticia que nunca buscó. Su gran defecto era, en todo caso, ser demasiado fuerte y noble en un ambiente social de machos habladores y echadores, no más; por último, en el despliegue de estos cuadros costumbristas del México pre-revolucionario de haciendas y cantinas, con base en personajes secundarios con los que el cineasta Gonzalo Martínez urde su envolvente trama, destaca el caso de el güero (Rogelio Flores), norteño simpático que, amén de grato en los recuerdos de David, actúa como un sensor fino respecto de la virulencia de los tiempos de cambio político y social que se viven.

Con un rodaje que duró dos meses y medio, un elenco de primera que lleva a cabo interpretaciones sobresalientes, la espléndida fotografía de Rosalío Solano, así como una banda sonora por demás adecuada (a cargo de Rubén Fuentes, amén de la inclusión de la Sinfonía No. 11 de Dimitri Shostakovich), Gonzalo Martínez recrea un momento clave de la historia del país, cuando se rompieron algunos de los viejos moldes y se hizo un intento nacional serio por re-perfilar el proyecto de la gran nación mexicana. Mucha sangre abonó este sendero, cuyo final fue alcanzado con el ingreso victorioso de Francisco I. Madero a la capital de la República al frente de su ejército, un día en que, curiosamente, a su paso, la tierra tembló … pero la cabeza de las fuerzas que cometen los actos ruines al comienzo de la cinta (el general Victoriano Huerta, de ingrata memoria), por la vía de la traición y la emboscada, acabaría por hacer imperfecto y postergar el resultado de esa lucha armada intestina que se extendió por espacio de once años.

Se dice que los pueblos que no conocen u olvidan su historia, están condenados a repetir los errores del pasado, así como a que sea vulnerada o usurpada su identidad nacional misma. El Principio, film desarrollado con base en un argumento y guión del propio Gonzalo Martínez (que, antes de ser realizada la película, galardonó la SOGEM), posee una virtud particular: la de hacer presentes los tiempos de fragua del más cercano hoy, cuando la insurgencia contra el continuado reeleccionismo porfirista estalló en expresiones democráticas y libertarias en pos de condiciones por una mejor calidad de vida de quienes formaban el país y las generaciones venideras, así como para sentar bases sólidas para un mayor respeto a la dignidad humana en sus vertientes política, social, económica, laboral e individual.

El Principio es, pues, una reseña recreada con indudable fundamento histórico de lo que fue, así como del comienzo de varios nuevos principios: los que ya sucedieron tras él y los que en lo futuro sobrevendrán.

APUNTE BIOGRÁFICO DEL REALIZADOR*.

GONZALO MARTÍNEZ ORTEGA nace en Santa Rosalía de Camargo, Chihuahua, el 27 de abril de 1934 (misma población y año de nacimiento de Luz Elena Ruíz Bejarano, Lucha Villa, sólo que ella es del 30 de noviembre). Años después, se translada a la Ciudad de México, donde se desempeña como contador en una compañía norteamericana. A la par, estudia actuación con Carlos Ancira, José Quijano y Seki Sano. Ingresa al cine como extra en 1958, así como a la Dirección de Cinematografía de la Secretaría de Gobernación en calidad de censor. En 1960, viaja a Rusia en donde estudia Filología y Literatura en la Universidad de las Naciones Amigas. Es un hombre de talento, lo cual no pasa inadvertido en la antigua URSS y se le reconoce con una beca otorgada por los sindicatos soviéticos que le permite estudiar en el Instituto Cinematográfico Estatal. Es asistente del cineasta Igor Talankin en Tchaikowski (1968), luego de lo cual retorna a México.

Coescribe con Carlos Ancira una serie de televisión basada en la vida del escritor ruso Fëdor Mihajlovich Dostoievsky. En 1969, codirige con Sergio Olhovich el mediometraje documental Homenaje a Leopoldo Méndez para la UNAM. Seguidamente, incursiona en la televisión como productor de telenovelas de corte histórico. Coadapta con Guillermo Murray y lo asiste en la dirección de Gloria, episodio de Siempre hay una primera vez (1969). En 1970, asiste de nuevo a Murray en Una vez, un hombre, actúa en Crates de Alfredo Joskowicz y filma el episodio (en el que actúan Carlos Ancira y Guillermo Murray) de la película Tú, yo, nosotros.


El Principio
, su opera prima como realizador de largometrajes, la efectúa conforme a un argumento y guión escrito por el propio Gonzalo que antes había merecido el primer lugar en el Concurso de Guión de la SOGEM (Sociedad General de Escritores de México). En él desarrolla un drama ubicado en la Chihuahua de unos años antes y pocos después del inicio de la Revolución Mexicana, en que refleja tanto el buen oficio que se ha venido forjando como su determinación por dar vida a una obra fílmica comprometida no sólo con los orígenes, sino con una entidad protagónica como fue varias veces en la historia nacional la de Chihuahua. Completaría su trilogía histórica en homenaje a este estado con otras dos películas poco difundidas: Longitud de guerra, 1975, basada en la novela Tomochic de Heriberto Frías, en que se recrea la masacre que infligió el Ejército Mexicano a la población de Tomochic, Chihuahua, en 1890 … por razones supongo que obvias, la película estuvo en cartelera una semana y luego se enlató con discreción; yo la vi en el magnífico Cine París de aquellos entonces; y El Jardín de los cerezos, basada en la obra de Chéjov y ambientada con acierto y hallazgos en una hacienda chihuahuense.

Con El Principio, rompe récord de permanencia en pantalla cuando se mantuvo programada –hasta donde recuerdo- cerca de un año en el otrora amplío y acogedor Cine Latino. Es reconocida con el Premio Ariel 1974, entre otras, en las siguientes categorías: mejor director, mejor película, mejor argumento, mejor música (ni más ni menos que a cargo de Rubén Fuentes) y mejor edición. Obtuvo, asimismo, la Diosa de Plata a la mejor dirección.

Nunca pudieron filmarse otros dos proyectos que Gonzalo Martínez tenía en mente realizar en torno a la vertiente histórica de su natal Chihuahua: La guerra apache y 1910/Pascual Orozco. En 1977, inicia en el desaparecido INI (Instituto Nacional Indigenista) el programa denominado “Ollin Yoliztli o Una Memoria Audiovisual de la Cultura Indígena en México”, para el que dirige diversos documentales. Cofunda, asimismo, la productora fílmica Directores Asociados, S.A. (DASA).

Da vida luego a otra trilogía, a mi modo de ver mucho menos relevante (aunque, sin duda, de mayor impacto comercial), decisiva en el levante de la entonces incipiente carrera de Alberto Aguilera, llamado el divo de Juárez, el cantautor Juan Gabriel, formada por Del otro lado del puente (1978), El Noa Noa (1979) y Es mi vida. El Noa Noa II (1980). Este mismo año, codirige tres mediometrajes documentales: Ikuro Neirra: la danza del peyote, correalizado por Carlos Kleiman, Mitote tepehuano, codirigido por Rafael Montero y Semana Santa entre los mayos, codirigido por Saúl Serrano.

Su último largometraje de creación lleva por título El hombre de la mandolina (1982). Ese mismo año actúa en El guerrillero del norte de Francisco Guerrero y, en 1984, en Rosendo Fierro, el correo de Villa de Tito Novaro. Entre las telenovelas que dirige (en esta especialidad, en no pocas, fue productor y guionista), pueden referirse “Padre Gallo”, “La gloria y el infierno”, “La fuerza del amor”, “El vuelo del águila” y “La antorcha encendida”. En 1977, recibe la Medalla de la Sociedad Mexicana de Directores por sus 25 años de carrera.

 

Muere en trágico accidente automovilístico –como le ocurrió al cantautor Guadalupe Trigo- en la carretera México-Cuernavaca el 2 de agosto de 1998.

 

*: La semblanza del cineasta presentada abreva de modo importante en dos fuentes: el Diccionario de Directores del Cine Mexicano de Perla Ciuk, publicado por CONACULTA y la Cineteca Nacional (México, 2000), así como en algunas de las referencias contenidas en los “extras” del DVD de El Principio.

 

FILMOGRAFÍA.

Mediometrajes:

1969 Homenaje a Leopoldo Méndez. Codirigido por Sergio Olhovich.
1970 ,
episodio de la película Tú, yo, nosotros.
1980 Ikuro Neirra: la danza del peyote.
Codirigido por Carlos Kleiman.
1980 Mitote tepehuano.
Codirigido por Rafael Montero.
1980 Semana Santa entre los mayos.
Codirigido por Saúl Serrano.

Largometrajes:

1972 El principio.
1975 Longitud de guerra.
1977 El jardín de los cerezos.
1978 Del otro lado del puente.
1979 El Noa Noa.
1979 El testamento.
1980 Es mi vida/El Noa Noa 2.
1982 El hombre de la mandolina.

Luis Arrieta Erdozain

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